MIS PRIMEROS PASOS

Mi entrada a este planeta desconocido para mí, que hoy yo llamo mi hogar, comenzo el día del nacimiento de mi primogénita. Recuerdo que me puse de parto a las 9 de la noche del día anterior, pero decidí no aparecer por el hospital hasta la mañana siguiente porque sabía que, siendo primeriza, si no tienes unos honrosos centimetros de dilatación te dicen que vuelvas si eso más tarde. Así que me planté allí cuando no quedaba ninguna duda de que estaba de parto, tan es así que me ofrecieron llevarme en silla de ruedas a lo que me negué.

Ese día parecía uno de verano. Se colaba un sol radiante por una ventana que había en el paritorio y yo, tonta de mí, dije que eso daba una señal de que todo iba a salir bien. Y así fue. Todo perfecto, maravilloso.

La niña era un bebé de anuncio. Grande, con pinta de estar sanísima, con sus mofletes rosados…test de Apgar 10, vamos, una pasada. Hasta que me la pusieron encima. Entonces pude notar como se erizaba como un gato ante otro que intenta meterse en su espacio. Si hubiera podido, y sus minutos de nacida se lo hubiesen permitido, hubiese rodado sobre sí misma, y hubiera caído en la cuna que tenía junto a la camilla. A mí el alma se me cayó a los pies. Y un muy mal rollo me cruzó el cuerpo como un rayo. Madredelamorhermoso tenemos un problema. Eso pensé. Y luego, caí en una tristeza profunda que hizo plantearme, después de una noche toledana con la bebé, quitarme de en medio. Abrí la ventana del hospital y pensé, «si me tiro de aquí me mato». Luego la miré y me dije que yo no podía dejarla sola. Que lo que le ocurriese debía afrontarlo con todas las fuerzas, de esas que uno ve en las pelis cuando la protagonista femenina ante un embrollo de mil demonios decide coger el toro por los cuernos y darle duro al problema hasta hacerlo polvo cósmico.

Luego vinieron meses de mucho llanto de día y de noche, le daba algún juguete y lo lanzaba por encima de la cuna, le decía que nos íbamos a la calle y no se ponía contenta hasta ver que la ropa era la de dar paseos en el cochecito…Con tres meses y medio ya le dije a mi marido que la niña tenía un problema. Que no sabía cómo se llamaba pero que algo ocurría. Y entonces él fue la primera persona en decir que estaba magnificando las cosas. No sería la última.

Y asi llegamos al primer año de vida. Ella en el planeta Tierra y yo, sin saberlo, en Avatar.


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