BUSCANDO AYUDA (parte 1)

Al llegar al segundo cumpleaños de la niña, se hizo absolutamente evidente que necesitábamos buscar ayuda. Y si malo fue vivir en la inopia, o intuir que las cosas no iban bien, peor fue lo de buscar un profesional que te diera una respuesta a la categoría de su preparación.

Mi marido y yo llevábamos tiempo diciéndole al pediatra que la niña jamás respondía cuando la llamábamos por su nombre. Él hizo la prueba una única vez y ella lo miró incluso, diría, que con curiosidad, cosa que, honestamente, me molestó. «No podrías, hija mia, ser aquí como eres siempre en casa?». Total, que él nos despachaba con la experiencia de los años que le daba el haber visto un montón de niñ@s en su consulta y nos decía que no había de qué preocuparse. Un día le dije a mi marido que ya se había acabado el rollo de ir al pediatra, explicarle nuestras preocupaciones, y tratarnos como si fuéramos un par de histéricos, que buscáramos no sé qué, porque ya me dirán qué puede una pareja de padres primerizos querer cuando le dice que su hija no habla. Luego, más tarde, cuando ya todo había pasado, descubrí que todos los pediatras tienen un cuestionario llamado M-Chat que hacen pasar al paciente, y, a tantos ítems, se solicita que al niño se le pasen unas pruebas físicas para ver qué ocurre. Eso con nosotros no fue así.

Yo fui muy decidida a no salir de la consulta sin una respuesta o un papel que dijera qué le sucedía a nuestra niña, y, esta vez, su padre llevaba en el cuerpo el mismo grado de preocupación que el mío. Empezó él, recuerdo, con un..»la niña sigue sin hablar» que fue cortado rápidamente con un..»cada niñ@ tiene una evolución distinta» a lo que yo respondí, con un..»mire doctor, mi hija no habla, no señala, cuando quiere algo te lleva a la cocina de la mano para que adivines qué le apetece, no dice ni pa, ni ma, ni uuummm, como gesto de que algo le gusta, o aaargg, cuando algo no. Tiene dos años y lleva en la guardería uno, y usted me dice a mí que eso es normal? No se le debería haber pegado algo de sus compañeros? Si es que le pongo una compota de merienda por la tarde y aún no sé si le gusta la puñetera compota».

Entonces se hizo un silencio incómodo que duró un rato largo, y, mientras yo respiraba agitada con unas ganas de llorar que ni para qué, nos dijo que fuéramos a su despacho porque estas cosas, (cito textualmente) «había que cogerlas ya, ya, ya». Me quedé mirando para él y pensé, «pues aquí se ha perdido un valioso año dándonos largas y agitando las manos delante de tu cara para espantarnos como a dos mosquitos». No recuerdo qué dijo. Solo que nos quería dar la tarjeta de un gabinete psicoterapéutico que había pasado por allí y habían dejado su número de contacto, y no consiguió encontrarla. No recordaba siquiera el nombre, pero su secretaria sí y me lo apunté para buscarlo en las páginas amarillas. Sí recuerdo, porque debe estar por ahí aún, el volante que hizo para la compañía de seguro a la que pertenecíamos por aquel entonces. Abrí para intentar conseguir leer qué había escrito con aquella letra de médico y había puesto con mayúsculas la palabra autismo.

Con ese volante fuimos a la compañía y entonces nos dicen que, antes de hablar de autismo, teníamos que hacer pasar a la cría por unas pruebas físicas, que yo creí, porque era tonta, que detectaban si la niña tenía autismo o no.

La primera de todas, era pasar por un neuropediatra. Luego, había que llevarla a un oftalmólogo para mirarle el fondo del ojo. Luego, debíamos llevarla a un foniatra para hacerle la prueba de los potenciales evocados, y además, nos dijeron que teníamos diez sesiones que cubría la compañía con un psicólogo que, cuando miré en las páginas amarillas, (si hace 18 años esto era así) estaba especializado en temas de regresión. Y a mi me dio la risa. No sabía yo lo muchísimo que iba a necesitar mi sentido del humor para tratar con la gentuza que se permitió el lujo, «desde este pedestal en el que me encuentro porque tu marido y tú son un par de ignorantes que no tienen ni zorra idea», de tomarnos el pelo de una manera y con un desparpajo, que ha quedado para los anales de nuestra historia familiar. Seguimos…


Deja un comentario