En el informe psicológico se nos dio una serie de puntos que recomendaban hiciéramos los padres. El primero de todos era el enseñarla a señalar. Esto, para nosotros como padres, era algo muy importante porque era otra forma de comunicarnos con ella. La técnica consistía en lo siguiente. Yo me ponía frente a ella, con un trozo, por ejemplo, de pan. Ella debía tocar con su dedo índice mi puño cerrado (se empieza ayundándola con el dedo, claro) y, al tocarme, decía yo en voz alta «mamá, quiero pan!». Una y otra vez para que ella lo fuera interiorizando. Pasado un tiempo, se podía ir alejando mi puño de su índice para que el señalado fuera, cada vez, a mayor distancia. Si era un tarro de compota, pues lo mismo. Y así, con toda la alimentación.

La verdad es que daba una sensación agradable saber que ella quería seguir comiendo o que ya no quería más porque dejaba de señalar.

Otra cuestión fue la de anticiparle su día a través de pictogramas. Cuando tienes problemas en la comunicación, son algo fundamental. Compramos una libreta e íbamos dibujando su día a día. Yo le anticipaba las mañanas, luego llegaba de la guardería y le anticipaba el resto del día. El problema llegó, como no, con la escuela. Se negaron a ponerle pictogramas. Según ellos, eso era complicado. La cosa es que yo, al empezar a trabajar, también necesité que la niña se quedara a comer en la guardería e hiciera la siesta. Y mi hija solo conocía la rutina hasta justo antes de comer. No sabía qué pasaba después. Un día, la directora abrió la puerta, y como era su costumbre, me espetó delante de los demás padres: «perdona una cosa. Tu hija come, y luego, en vez de acostarse, como el resto de sus compañeros, se queda molestando la siesta de los demás y tenemos que sacarla al patio. Me temo que, si sigue así, vas a tener que venir a buscarla y llevártela después de la comida». Me eché a reír y le dije que no. Y que si quería evitar esos problemas, lo único que debía hacer era lo que ya hacíamos todos los demás. Ponerle los pictos. Como era un ser despreciable, y para que constara que lo era, en mayo no me pasó la renovación de la matrícula. Me la encaré y le dije que esperaba que ella, nunca, personalmente, se encontrara en una situación igual a la mía, con gente con tan poca empatía como ella. Y ahí se convirtió nuestra poca relación en un glacial.

Otra recomendación fue el control de esfínteres (mi hija, con casi tres años, tenía pañal) y que fuera a piscina. Otra historieta con la puñetera guardería. Y con su profesora!!. De entrada, se negó a hacer el control de esfínteres conmigo. Lo que supuso un estrés añadido a lo que yo ya llevaba. Sabía, porque lo había visto, que en junio, los críos de su edad iban a la piscina cada jueves. Y le pedí que apuntara a mi niña. Me contestó que no porque llevaba pañal. Como ya estaba harta de sus chorradas, levantando un poco la voz le dije que yo no le había pedido su opinión. Que la madre era yo y que no era ciega. Que ya que no me ayudaba que no me molestara. Que lo único que le había pedido era que la apuntara. Ya veríamos si la niña conseguía quitarse el pañal o no.

A finales de mayo, coincidiendo con una festividad de la Comunidad Autónoma, y en el tiempo record de cuatro días, conseguí que utilizara el baño. Mi hija había demostrado ser una niña muy lista. Cuando volvió a la guardería sin pañal, su profesora alucinó. La niña era capaz de decir pis y caca.

He de decir, que, por febrero o así, unos tres meses antes, estando ella y yo solas en casa, descubrí con horror que llevaba una buena cantidad de minutos sin escucharla. Me asusté y salí corriendo por toda la casa gritando su nombre. Me la encontré en el salón, dije su nombre, y ella se giró, me miró a los ojos y me contestó: «¿Qué?» Y entonces supe que podía ser verdad que mi hija hablara alguna vez y que, esta historia podría tener un final feliz. Después no habló mucho más, no. Pero sí lo suficiente. Cuando llegamos al mes de junio, mi hija controlaba el esfínter, podía decir que quería pis y señalaba si quería agua. Además, consiguió ir al cursillo de piscina y yo era la mujer más feliz del planeta Tierra.


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