Si fueras a abrir una tienda, ¿qué venderías?
Si tuviera que vender algo, sería curitas para el alma. No del mismo tipo de las que obtienes con un psicólogo, porque esas solo está en las manos de quien es profesional. Ellos curan daños contundentes, o desatan nudos complicados. No. Yo me refiero a cosas de menor tamaño. Cosas del tipo he sacado un nueve y mi padre me ha dicho que espabile y que a la próxima saque un diez, o, hoy mi pareja me ha dicho que ya no me quiere, o, he montado un negocio y no me está yendo la cosa demasiado bien…
Entonces me dirigiría a unos tarros que tendría colocados a mis espaldas, como los que existían antes en las farmacias, tarros que parecían cafeteras gigantes, con aquellos dibujos tan bonitos en el exterior y que fueron sustituidos por cremas, hilos dentales, pastillas, suplementos…cosas que dan más dinero seguro, que aquellas figuras imponentes pero que no veías que fueran usadas por el boticario.
A mi me hubiera encantado encontrar algo o alguien así cuando la vida me iba más bien regulinchi. Alguien a quien poder decirle qué sentía y qué me pasaba. Que me consolara, que me abrazara incluso y me dijera, «ya verás, a partir de ahí, justo donde no te alcanza aún la vista, ahí será cuando todo comience a funcionar y a irte bien». Solo me tenía a mi para decírmelo. Y no. No estaba justo ahí, estaba un poco más lejos, pero decidí, aguantar el chaparrón y hacerlo sin que me convirtiera en peor persona. Quería tomar las decisiones adecuadas. Me protegí a mí misma a falta de otros que lo hicieran por mí. Pero fue algo duro e ingrato. No todos salen bien de ese tipo de cosas, de ese tipo de experiencias.
Claro está que esas curas tendrían un poco de magia en ellas. A mi, lo que tenía que ver con ella me parecía un dulce consuelo. Solía ir al cine, sola, o acompañada y así vi Mary Poppins, por ejemplo. Y me sentí en cierto modo alineada con los dos niños de la película. Niños que estaban horas solos, que nadie les preguntaba qué tal, pero que tuvieron la suerte de tener una cura en forma de niñera que puso la vida de ambos patas arriba.
«Con un poco de azúcar esa píldora que os dan, la píldora que os dan, pasará mejor. Si hay un poco de azúcar esa píldora que os dan satisfechos tomaréis»
Recuerdo esa canción y, que a pesar de escucharla siendo una niña, supe calibrar el alcance de lo que quería decir. Me gustaría ser como Mary Poppins. Acudir a la magia para curar el alma de quien sufre, de quien no dice nada pero está pasando por una situación complicada. Tal vez no pudiera resolverle el problema, ya digo que eso se lo dejaría a los profesionales, pero sí les daría el bálsamo para el dolor. «CURITAS PARA EL ALMA» pondría en la puerta. El pago, bueno, el pago sería la alegría de saber que has conseguido que alguien se sienta bien y salga mejorado por la puerta de tu negocio. O tal vez podríamos hacer un dibujo en el suelo, como en la peli, y saltar para vivir una aventura que luego yo plasmaría en algún escrito. Porqué no? Quid pro quo que hubiera dicho Hannibal Lecter a Clarise. Quid pro quo!