¿Guardas rencor por algo? Cuéntanos por qué.
Hace mucho tiempo, en un pueblo pequeño, de una isla remota, vivía una muchacha hermosa y llena de vida. Era alta y espigada y, al caminar, su cuerpo se unía en un baile cadencioso con el viento que soplaba en la isla desde el mar.
Estaba comprometida con el mejor de los muchachos. Anhelaba él momento de la boda porque ya había planeado al milímetro cómo sería su vida junto a él y lo felices que iban a ser. Pero lo cierto y verdad es que nadie puede construir una vida de dos siendo una persona sola.
Una mañana, él tocó a su puerta y, al abrirle, sin dejarla casi terminar el saludo, le dijo que todo había terminado, que había descubierto que no la quería como ella merecía y que no podía permitirse ni perder ni hacerle perder más su tiempo. Y se fue. No la dejó decirle absolutamente nada. No la dejó explicar cuánto amor tenía para darle, cuántos planes había construido…nada.
Al cerrar la puerta sintió que algo dentro de ella empezaba a crecer muy lentamente. Primero, muy sutilmente, pero luego, con el paso de los días, de los meses, se convirtió en un rencor tal, que tomó posesión de su alma y de su cuerpo.
Una mañana, al mirarse al espejo no fue capaz de reconocerse. Se pasó la mano por el rostro, y lo descubrió lleno de arrugas, mustio, feo. Aquel odio infinito que sentía hacia el que iba a ser su marido la estaba matando. Literalmente.
Entonces se preguntó si debía permitirse seguir muriendo entre todo aquel odio que no la permitía seguir avanzando, sino hundiéndola en un mar de rencor que, encima, sólo le era perjudicial a ella. Él había seguido con su vida! Le había costado un poco, pero decidiendo que había sido lo mejor romper con ella, como si se hubiera quitado un gran peso de encima, sentía que avanzaba en la dirección correcta. Ella no. Ella estaba siendo succionada por un torbellino de emociones negativas que le impedían avanzar como hacía él.
Entonces salió a pasear, dejó que su cuerpo volviera a mecerse al son del viento, y comenzó a sentir paz de nuevo. Siguió caminando y recordando los buenos tiempos vividos, que habían sido muchos. Se rió ante el hecho de pensar que su vida terminaba con aquella ruptura. Y siguió riendo hasta volver a casa.
Al abrir la puerta, volvió a ver su imagen reflejada en el espejo. Pero esta vez se encontró con una imagen que le gustaba. Y supo que, a partir de ese momento, volvería a ser feliz. Cuando terminara de soltar todo lo que ella había permitido que se adueña de su alma. Que tendría que ser cuanto antes. No quería volver a perder el tiempo en la infelicidad. En vivir mirando hacia atrás. Eso no valía la pena!