Mis respetos

Nombra a los atletas profesionales a los que más respetes y por qué.

El otro día, no mejor, hace ya por lo menos una semana y pico, terminada la clase de Gbody, sí, las clases de los gimnasios pueden tener formas absurdas y las mías empiezan todas por la letra G no me pregunten porqué, y saqué mi mochila para guardar mis trastos y marcharme a mi casa. En esas estaba cuando, al levantar la vista, veo a una compañera en estado de éxtasis mirando una pantalla de televisor que tienen allí en lo alto, sin sonido, y poniendo siempre deportes. Cuando vio que la miraba me dijo: «y nosotros nos quejamos del esfuerzo que hacemos!». Me giré para ver de qué hablaba y, al mirar el televisor, me veo a cuatro deportistas, en París, jugando un partido de pin-pong. Los cuatro adolecían de lo mismo. Una profunda dificultad para caminar y moverse, pero que compensaban con la fuerza de muchos toros en sus brazos. Y me emocioné, tanto, que se me rayaron los ojos de lágrimas y, para disimular, seguí recogiendo como si no hubiera un mañana.

No puedo decir que admire a un deportista concreto, porque todos, solamente con el sacrificio de entrenar duro cada día, con lo coñazo que es ponerse la ropa y decir «vamos!» Que lo hagan para ganar cuatro chavos, por lo menos en este país, me parece de un mérito apabullante. Si a todo eso le añades una discapacidad, del tipo que sea, con todos los dolores por los que debe pasar esa persona que tú ves solo un rato en tu pantalla, yo ya, directamente, les pondría un monumento.

Hay gente que, teniendo una discapacidad como la que debía tener Michael Phelps, que, por lo que cuenta sufría  un tdah a la altura del de mi hijo, tienen el mérito de encontrar el deporte que les permite mantener el foco y soltar toda la energía, que, aunque no lo pareciera, podía haber surtido a todo una señora central eléctrica. Y ahí estaba él, con sus brazos extralargos y sus manos como palas, ganando medallas, imbatible.

Luego están los otros, los que son invisibles y luchan porque se les reconozca tal o cual derecho.

Ayer llegó una chica y me dijo que venía a preguntar por su expediente. Le dije dónde debía dirigirse y, cuando le devolví la documentación, me di cuenta de que le faltaba un brazo. Hasta el hombro. La cicatriz había sido coquetamente oculta por un tatuaje muy bonito.

Al salir, después de un largo rato, se dirigió al compañero que la atendió y le dio las gracias.  El le contestó que solo había cumplido con su obligación de funcionario, y entonces ella le replicó: «Si, cierto! Pero hay gente que en la vida decide ser un no, y usted ha elegido ser un sí. Yo he tenido la suerte de que me ha tocado una persona que sí» . Pues eso, seamos personas que sí. Si no nos admiran, al menos, iremos dejando impresiones bonitas en los demás!


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