¿Qué significa ser un niño de espíritu?
Ser un niño de espíritu es mirar al mundo con ojos limpios y claros. Con ojos curiosos. Reír ante cualquier situación por poco graciosa que esta sea. Para eso los críos tienen la virtud de sacar lo mejor de lo peor. Y hacerlo con ganas.
Tener un espíritu de niño es tirarte en el suelo con él, a jugar a lo que le apetezca, disfrutando de ese rato sin pensar en nada más. Ni siquiera comer.
Es revivir tu infancia cada día. No añorarla. Sentirla aún en tu piel.
Es creer aún en la magia, en duendes y hadas, en la humanidad misma. No pensar que el que tienes en frente no es más que un sinvergüenza sino darle el beneficio de la duda. O mejor, un voto de confianza que es algo que, con el paso de los años se convierte en cinismo y suspicacias por las huellas que la vida ha ido dejando en nuestro ADN.
Cuánto me gustaría volver a ser niña! Aquella que, con sus coletas y sus botas ortopédicas era capaz de saltar el tramo de diez peldaños de escalera, hasta la puerta de la casa de su abuela, casi sin sujetarme y sin romperme la cabeza. La que esperaba con ilusión la noche de Reyes o al Ratoncito Pérez. La misma que se emocionaba cuando era su cumpleaños, la que, durante un minúsculo intervalo de tiempo pensó que la vida era sólo eso. Vivir y disfrutar.
Ahora deberíamos todos hacer lo mismo. Vivir y disfrutar. Antes de que la vida nos saque tarjeta roja y pasemos por el túnel de vestuarios lamentando no haber aprovechado más. O jugado más!