De los animales

¿Qué animales te gustan más?

Cuando era pequeña, mi madre, a la quien se la sudaba muchísimo mi alergia, tenía una jaula llena de periquitos. Luego tenía otra llena de pájaros canarios. Se le daban tan bien, que llegaban a poner huevos y daban crías, que, alguna vez, la vi alimentar con un palillo de madera porque vivir en una jaula, no es, definitivamente, tu modo de vida natural y el alpiste para un polluelo, como que no.

También teníamos una tortuga de agua, democracia, a la que compró cuando se aprobó la constitución española y el Congreso se convirtió en un lugar lleno de colorinchi y de siglas.

Democracia acabó en otro hogar, porque se hizo más grande y fuerte que la nuestra (la del país digo) y comenzó a tenerle miedo.

Luego, muchos años después, su marido trajo una terrier, a la que llamaron Terry, que no era en absoluto del gusto de mi madre. Se la regaló una de sus hijas y, solo por eso, Terry se hizo fuerte en el hogar. Pero no demasiado. Ahí estaba el genio de mi madre para decirle quién mandaba ahí. A pesar de no ser de su agrado, mi madre la cuidaba bastante. Le quitaba las incómodas legañas,  le hacía una coleta para que su pelaje no se metiera en sus ojos, le quitaba molestos enredos de pelo…vamos, que duró más años de los que le correspondían por su minúsculo tamaño. Y murió bien cuidada. Y su ausencia se notó en la psique de mi madre. Se había clavado la jodía en una parte de su corazón, le gustara a ella o no.

Luego compró la casa desde donde escribo, en el sur de la isla, y aquí hay una fauna muy plural. En los alrededores. Dentro de la casa sólo he tenido una salamandra. Mi marido la atrapó un par de veces y la soltamos en el jardín. Pero ella optó por volver a entrar y, por esa decisión equivocada, murió.

Antes teníamos muy cerca una vecina alemana que era la señora de los gatos. Daba de comer a los gatos callejeros y esto parecía una colonia gatuna. Cuando me asomaba al jardín, me los encontraba tomando el sol en la mesa de piedra donde comemos cuando hacemos las barbacoas. La cosa es, que, en mi jardín, aparecieron erizos. Para quien no lo sepa, es una especie protegida, por lo menos aquí. Yo estaba encantada con ellos, porque son un insecticida natural y porque son animales inofensivos. Pero tenían un «problema». Iban a los comederos de los gatos, que, como digo, eran colonia, que es algo peligrosísimo para la fauna de la zona, y empecé a ver erizos muertos al final de la ladera que daba a mi casa. Todos envenenados. Con una muerte muy chunga además.

Lo cierto es que, tengo mis sospechas de quién hizo esa hijoputez. Y para darle un toque más perverso, tiró a los pobres animales donde vivo. Porque tengo fama de arisca, que es cierta, pero solo con los humanos. A los animales los respeto.

También, el mismo del envenenamiento, daba de comer a las tórtolas. Hubo un día, que me sentí como en la peli de Hitchcock, los pájaros. Todas encima del cable del teléfono, esperando a que saliera el señor a ponerles comida y agua. Eso sí, en su terraza puso dos hermosas figuras de aves rapaces, para que no se hicieran sus cositas en su casa. Las cositas las hacían en la de mi madre. Y yo, cargada con maletas, el niño en ristre, mi hija, debía bajar las escaleras de acceso a la casa sin poder tocar la barandilla. Con un toque malabar. Que se joda, pensaría él. Entonces puse dos rapaces en mi terraza. Y se acabó ver la casa llena de excrementos.

En el colmo de los colmos, tenía copia de la llave de la casa que mi madre le dejó por si ocurría algo, y que él aprovechaba para, si le faltaba aceite, llevarse el nuestro, y aquí paz y después gloria. Yo contraataqué con un sistema de alarma y quitando todos los comederos del jardín. Que aprendan las tórtolas a buscarse la vida! Que la naturaleza es muy dura y no puede depender de un humano imbécil.

Ahora noto a la naturaleza más feliz. Pero sin erizos. No importa. Todo volverá a ser como al principio. Solo hay que darle tiempo. Yo ya he eliminado al humano imbécil y cruel de la ecuación. Para hacer las cosas bien. Para que todo fluya. Para respetar la naturaleza como se debe.

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