El recreo

¿Juegas a algo en tu día a día? Si escuchas la expresión «recreo», ¿en qué piensas?

Cuando digo esta palabra en alto, me remonto a los días grises, a los días que surcaba entre grandes problemas fuera y dentro del colegio. Ahí, mis profesoras pensaban que era una inútil que solo iba a sentarme en el pupitre a hacer bulto. Si ellas supieran! La escuela era para mi un refugio donde esconderme hasta que llegaba la hora de volver a casa. Daba igual cual de las dos. En las de mis padres o en la de mi abuela se mascaba la tragedia. Pero no una pequeña, minúscula, sino de esas como las de La Casa de Bernarda Alba. De ese rollo. Al girar la llave, sabía lo que me esperaba. O no!

El recreo era un momento de paseo, de comer el bocata, de beber agüita, de mirar jugar a los demás. Luego añadí a una compañera a la que todo el mundo daba de lado, y con la que acabé haciendo amistad. Si hubiera podido, yo también la hubiera evitado, pero no por lo mismo que lo hacían las demás, sino porque enseguida descubrí que no era trigo limpio. Decidí hacerme la tonta.

Más adelante, cuando ya mi vida se convirtio en un sálvese quien pueda, decidí ser más sociable por esto de disfrutar cada día de mi miserable vida como si fuera el último. Y ahí lo peté. Nos reuníamos la clase y jugábamos al burro, que, para quien no lo sepa, era saltar encima de una compañera y ella tenía que adivinar qué señal marcabas, si huevo, si araña, puño o caña. No sé si han jugado a eso pero era un juego muy muy divertido. Llegué a orinarme encima. Me he reído muchísimo y lo disfruté a tope.

Luego llegaron los recreos del instituto, donde lo único que aprendí fue a observar a los demás y a inventar mil historias de cada uno en el patio.

Con la huelga estudiantil del 87, además de ir a más manifestaciones que en todo el resto de mi vida, cuando ya la cosa estaba dando los últimos coletazos, me iba al patio a leer. Ese año leí El Quijote. Mi profesora de literatura, cuando volvimos al aula, había quitado casi todos los capítulos y dejó solo los importantes, pero como pregunta, hizo una que se contestaba solo si te habías leído el libro entero. Fui la única de la clase.

Las letras, todas ellas, han llenado mi vida, han completado páginas en blanco, esperando, evitando, y con ello, me convertí en una mujer que ama lo que lee, lo que escribe. Cuando murió Gabo, Gabriel García Márquez, sentí que moría parte de mi ser, de mi vida, y así con todos mis adorados escritores. Menos mal que muchos son longevos, como el propio Gabo, como mi queridísima y admirada Isabel Allende, sin cuyos libros hoy día sería una persona distinta.

Mi tiempo de recreo, hoy día está repleto de libros para leer, pero ya no leo para evitar, ahora lo hago para disfrutar y para aprender. Espero que la vista no me falle nunca y, si así fuera, elegiría el audiolibro. Cualquier cosa antes que soltar lo que me apasiona. Además, no pido tanto, solo un libro y tiempo. No soy tan ambiciosa, solo deseo esas dos cosas!

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