El cartel

Si tuvieras un cartel publicitario en una autopista, ¿qué pondría?

La chica iba con su coche por la autopista de vuelta a su casa del trabajo, cuando vio a lo lejos esos carteles que preguntan: La has visto?» Junto a un número de teléfono. Era la imagen de una niña con una mirada traviesa sujetando un conejito de color rosa. A su lado, lo que la ciencia, un ordenador, una inteligencia artificial o qué se yo, la que sería la imagen de esa misma niña, muchos años después. Iba con prisas, y miró en principio de refilón. Qué triste para esa familia, te descuidas un segundo, y al siguiente, estás pegando carteles confiando en que la pequeña  siga con vida. Volvió a mirar la imagen y, al pasar, sintió como si un rayo la atravesase. Esa chica no se parecía mucho a ella misma? No!! Chorradas! Y el conejito? No se parecía al que su madre tiró a la basura porque se le salía el relleno por todos lados?

Vio una salida de la autopista y la cogió sin pensar. «Concéntrate!» Se dijo. Seguro que es un error. Y volvió a pasar de nuevo por debajo de aquel cartel, y esta vez, sintió hasta náuseas. «Cómo era posible?» Volvió a su infancia mientras conducía mecánicamente, y tuvo que reconocer que no tenía muchos recuerdos. También cayó en la cuenta de que eso explicaba que no hubiera ni una foto suya en casa de su madre, de bebé. Su progenitora  decía que se habían perdido en un incendio, y, hasta ese momento, aquello resultaba ser una excusa plausible. Una madre que no hacía más que repetir que la había sacado adelante tras quedarse viuda. Una madre abnegada, absorbente, que no la dejaba ni pisar la calle durante su infancia y adolescencia y de la que se alejó con gusto cuando contrajo matrimonio. Sonaba igual de plausible  que hubiera sido llevada por una perfecta extraña, mientras su madre, por ejemplo, miraba ropa para ella en un centro comercial. Sería eso lo que había pasado? Su supuesta madre la había secuestrado para llenar el hueco de la pérdida de su marido?

Cuando llegó a su calle, antes de subir a casa con su marido y sus hijos, miró el bolso que estaba en el asiento del copiloto y buscó su móvil. Lo abrió con las manos temblando de miedo, rezando para que eso que bullía en su cabeza no fuera cierto.

Marcó el número del cartel y esperó. «Si no lo descuelgan al tercer tono, cuelgo». Al primer tono, escuchó una voz: «Si, dígame?» Y en ella pudo sentir todo el peso de los años, esperando de manera inútil recibir una sola noticia de una hija que no acababa de aparecer. A la que la tierra se la había tragado. Años y años de desilusiones, de preguntas sin respuesta. De ir a preguntar a comisaría si se sabía algo de lo suyo mientras un policía, generalmente novato, movía su cabeza negando mientras farfullaba alguna frase de consuelo.»Dígame?» Repitió la voz. «Mamá?» Contestó la muchacha. «Elisa, eres tú?»

Elisa, así se llamaba. Ese era su nombre. Y aquella señora, al otro lado del teléfono, su madre. Cuánta desesperación debía haber pasado. Si a ella le pasara lo mismo con alguno de sus hijos, moriría. Y ella seguía viva. Buscando a su Elisa, a ella!! Entonces comenzó a llorar, apenada por todo el tiempo perdido, por el remordimiento de no saberse buscada, por no haber sido más lista y haber pillado a quien decía ser su madre en un renuncio. Y oyó llanto en la otra línea. Y sintió que ese sería el primer recuerdo del resto de su vida.


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