Háblanos de ese objeto que tanto te gustaba de joven. ¿Qué pasó con él?
Antes de cumplir los nueve años, en mayo concretamente, hice la comunión. En esas fechas, la familia te regala siempre algo para que los recuerdes, y, en el caso de mi abuela, me regaló un anillo de oro con una perla pequeñita.
Siempre he tenido los dedos muy finos y por eso me quedaba grande, y, para no perderlo, lo empezó a utilizar mi madre. Al cumplir los 9 años pegué el que sería el último estirón de mi vida y ahí, ya pude llevarlo yo. Fue raro pasar de tener cara de niña chica a mirarme y echarme edades de adolescente. Claro, con la cara, el cuerpo se adaptó a aquella nueva realidad así que, comencé a lucirlo yo hasta mucho después de encontrar mi primer trabajo. Pero, en un día de mierda, con una de esas clientas que van a cualquier sitio donde le atienden y quieren dejarte con el cuerpo hecho polvo hasta mucho después de volver a casa, me empezó a criticar el cómo le empaquetaba la compra, que estamos hablando de un supermercado de barrio por favor! con tan malísima suerte que, en una de las bolsas, cayó el anillo.
Me llevé un disgusto increíble junto con el sofoco de saber que, por culpa de atender a esa sabandija que creía que sector servicio es igual a tratar a los empleados como alfombrillas, había perdido mi anillito.
Se lo conté a mi abuela, llorando, y, por Navidad, me regaló otro exacto al primero. No me podía creer que se siguieran haciendo esas piezas después de tantos años y, claro, cuando lo vi me emocioné y le prometí que no lo llevaría al trabajo siempre que fuera a realizar labores físicas y así no perdería ni ese ni ningún otro anillo.
Al cabo de un tiempo, por cosas del desgaste, se cayó la perla y lo llevé a una joyería. Se volvió a caer al poco. Entonces el joyero me recomendó poner más oro en el centro de la pieza para sujetarla y le di fumata blanca. Y ahí sigue! Después de todos estos años y a mis cincuenta y pico, sigo llevándolo y recordando a mi abuela con él.
Parecerá una tontería pero, a medida que vas cumpliendo años, la tristeza que tienes cuando ves partir a tus seres queridos, se convierte en nostalgia y te asaltan los recuerdos así porque sí y puedes llegar a verlos delante de ti, riendo, porque yo no me olvido de su risa, y sientes que empiezas a chochear, pero no te importa, porque sabes que los recuerdas porque ya, si el cosmos es justo, te falta menos para volver a verlos.
