EL TRABAJO

Come up with a crazy business idea.

Hace muchos años, había en un pueblo una muchacha joven, con un montón de hermanos, y una madre trabajadora pero que había sido atrapada por una enfermedad misteriosa que le quitaba las ganas de vivir. Ella iba al trabajo, lo hacía en silencio, volvía a casa, comía cualquier cosa y se tiraba en la cama a dormir hasta el día siguiente. Su hija achacaba esta situación a que hacía varios años, su padre le dijo que iba a dar un paseo y no lo volvió a ver nunca más. Ella! porque otros vecinos que habían partido a pueblos de alrededor, le escribieron diciendo que él vivía felizmente con una muchacha de más o menos su edad. Y su madre, ella que creía tan inteligente, se dejaba morir por semejante ingrato. Por ese pedazo de cobarde que no supo mirarla a los ojos y decirle que ya no la quería. Que se iba con quien ahora tenía su corazón en las manos.

Para ayudar con la economía en casa, y por no ver a su madre languidecer, se abrió un negocio de ungüentos, hechizos, echada de cartas, escribir cartas a un enamorado o enamorada…todo lo que hoy diríamos que son solo cuentos chinos.

Lo cierto y verdad es que se le daba muy bien porque tenía un conocimiento del ser humano preciso, como el de una radiografía, así que ofrecía siempre algo con el que el cliente salía de su tienda satisfecho. «La creación de sueños» llamó a aquél recuadro donde atendía a sus vecinos.

Un día le llegó una muchacha. Le habían apalabrado un matrimonio con un señor de otras tierras bien lejanas, y, por no saber escribir, le pidió a nuestra protagonista que se las escribiera ella. Y así hizo. Además, debía leer las respuestas, porque su clienta no podía y había que mantener la ficción, y se dio cuenta de que el señor en cuestión era un hombre culto, con mucha sensibilidad. La vecina le había dicho si quería ver una foto y, a pesar de sus primeros escrúpulos, miró aquellos ojos profundos sobre aquel mostacho enorme. Un hombre no demasiado alto, pero guapo. «Qué suerte tenían algunas» pensó.

Un día vino su clienta y le dijo que no iba a necesitar más de sus servicios porque, después de tantas cartas, se había animado el señor a conocerla y se iba a viajar un montón de kilómetros solo para verla.

La felicitó efusivamente y la miró mientras partía rumbo a lo que creyó sería un matrimonio seguro.

Total, que el señor vino, emocionado perdido, a conocer a su futura esposa. Estaba decidido a pedir en matrimonio a aquella joven que le era tan afín. Pero fue ella abrir la boca y quedarse espeluznado. Qué raro! Porqué era incapaz de ver en aquella preciosidad de mujer a la de las cartas? Le había insinuado que le gustaría ir a ver París, la ciudad del amor, y ella le había dicho que no sabía que a París (Texas) se la conociera con ese nombre.

Se sentía tan extrañamente defraudado que empezó a aparecer en él los primeros síntomas de una migraña. Fue a la recepción del hotel, y le dijeron que, en la tienda de la creación de sueños se hacían unos tónicos la mar de efectivos contra ese padecer. Y allá que fue!!

Entró en la tienda y notó que la joven que se hallaba detrás del mostrador se sonrojaba al verlo. Le dijo a lo que venía, y ella le explicó  que tardaría un poco en prepararlo todo. Le pidió sentarse y empezaron a hablar de lugares comunes. A medida que iba entrando en la conversación, comenzó a reconocer  aquellas palabras, aquel tono, y le preguntó a Isabel, que así se llamaba ella, si además de tónicos hacía otras cosas en la tienda. Y ella le enumeró, sin caer en la cuenta que él ya andaba atando cabos, sospechando que ella era la autora de las cartas. Lo vio levantarse y acercarse, mirándola muy profundamente. «Eres tú, verdad? La de las cartas digo. Por eso te has sonrojado al verme. Porque me conoces como yo a ti aunque no te haya visto nunca».

Ella le reconoció la verdad y a él se le evaporó la migraña. Estuvieron hablando un muy largo rato y, lo último que sé es que se fueron de viaje de novios a París, Francia a vivir en ella todo el amor que se profesaban.


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