Mi suegra

Esta semana ha sido y tenido el mismo efecto que una apisonadora. Silenciosa, dolorosa, lenta…El lunes me despedí de la terapeuta por un mes. Me dijo que podía, con toda la confianza, y en un momento de crisis, llamarla. Le dije un «claro!!» sonriendo, y pensé para mis adentros que ni de coña. Ya puede estar mi mente pasando por un bache enorme que, si estás de vacaciones, no molesto, porque para mi eso significa vulnerar la intimidad de alguien que también necesita resetear su cabeza para darte una buena atención.

El martes, mientras tomaba el café en casa, llamó mi suegra. Estaba mala y pidió a mi marido que la llevara a urgencias. Se fueron y, a la hora de comer, me llamó del móvil de su madre y me dijo que aquello iba para largo. Por la tarde me acerqué y miré incluso por los boxes para ver si los veía. Mi suegra tiene una voz que se la oye desde lejos, pero no. No los ví pero allí estaban, esperando los resultados. Volví a mi casa y, a las diez de la noche apareció mi marido para decir que quedaba ingresada cosa que ya imaginaba por la cantidad de pruebas por las que había pasado ya. Esa noche se quedó el hermano que, además vive con ella, no tiene hijos ni pareja y come de su paga, lo cual no quita para que se le eche una mano aunque él pretende, y consigue, que sea igualitaria aunque su hermano trabaje y  tenga mujer e hijos. Eso le da igual. Si yo hago dos, tú otras dos. Aunque de obligaciones tú tengas cinco y yo tenga cero. Ese es su pensamiento.

Cuando llegó muerto de agotamiento le dije que ya había recolocado cosas de la agenda y que no se preocupara por nada. Ya había quitado gimnasio, invitaciones a cumpleaños, fiestas de fin de curso, piscina…Me escuchó ya solo con un oído y se puso a roncar.

Al día siguiente volví a equivocar la hora de la terapia. Llegué con 20 minutos de retraso y con la sensación de que, si no me tomaba las cosas con más tranquilidad me iba a volver a suceder de nuevo, como así fue con la vacuna del niño.

Ayer fui a visitarla por segunda vez en esta semana. En la primera mi cuñado se había portado como el gilipuertas que es, y al llegar a casa tuve que tirar de paracetamol. Al volver mi marido a casa, poco después que yo, se puso a cantar una canción en la que sus hijos son extraterrestres que viven entre nosotros, y supe que ya sabía lo de este blog. Luego entró a la habitación y no me miró con sorna, sino agotado. No sé cómo tomarlo. Se acostó junto a mi y empezó a hablar de que ahora entramos en una fase jodida. Morir, para su familia, nunca ha sido fácil.

Mi suegra y yo no tenemos buena relación. Siempre me ha puesto en la picota por no tener una vida recta, que no sé porqué no le vale la mia si la de su hijo pequeño es un ejemplo a no seguir, ser hija de padres divorciados, ya ves tú avestruz, y por llevar a mis hijos a terapia, que, según ella, es por puro capricho, claro que sí!! Pero, al poner en voz alta nuestros temores, descubrí que no podía evitar sentir pena por ella. Le pase lo que le pase a partir de ahora no se lo merece. Nadie se lo merece. Recordé cuando hacía novenas al Cristo de Medinacelli para que yo tuviera suerte en las oposiciones. 20 años de novenas!! En las últimas, en las que ella no supo que me había presentado porque hacía un mes de la muerte de mi madre, me dijo sorprendida que iba a empezar con las novenas. Le contesté que el Cristo, con perdón, no se bajaba de donde estaba y la obligaba a renunciar a tanta novena por pena. Que me dijera que hiciera el favor de tirar la toalla. Ella se echó a reír.

Al final aprobé y no una, sino dos veces. El Cristo debió tomarse el pitorreo como una ofensa y decidió auparme a la gloria de las oposiciones. No creo que den sus novenas para que apruebe las siguientes porque la salud de la mujer impiden rezos y a mi me impide estudiar. Pero no importa. Se ha de estar aquí. Presente. Ayudándola en la vida para que acoja la muerte. Esa que ella no ve venir pero que se acerca inexorable.

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