La llegada

Ayer, por esto de que en la Península las distancias son todas largas, y a pesar de que salíamos a la hora de mediodía, nos levantamos temprano. Luego, como si no se hubieran comprado la mitad de los recuerdos de Córdoba, todavía entraron a dos tiendas más, a comprar los últimos regalos. Esperamos en la puerta de la tienda y, en el Barrio de la Judería, parar con maletas no es una buena idea, aunque lo hicimos con gusto.

Buscamos la parada de taxis, que está junto a La Mezquita, esa pedazo de obra arquitectónica que es una maravilla, Patrimonio de La Humanidad, para más señas, y nos subimos a uno de ellos. El señor era de este estilo de personas sensatas, honradas, con una cara de buena persona que tiraba para atrás…y llegamos al aeropuerto con los chacras recolocados.

Mis amigas, en el apartamento, como llevaban hasta chorizos en la maleta, se preguntaron y se contestaron por la seguridad de un aeropuerto tan pequeñito. Es más chiquitito que el de Granada, que ya, y ellas pensaron que la seguridad sería ligera. Les dije que estaban equivocadas. Mucho guardia civil, mucha policía nacional, en un espacio tan pequeño. Y no erré el tiro. La seguridad es férrea a tope. Tuve que sacar hasta mi alma de la mochila y ponerla en las bandejas. Uno de los guardias, con un gesto, le dijo a su compañera que no apretara tanto. Pero sí, y le hizo un control exhaustivo a una de las amigas, cosa que le perdonamos porque el trato fue exquisito.

Embarcamos, y como están cerca de las islas, el viaje se te pasa en un pis pas. Cuando me quise dar cuenta, comencé a ver buques cargueros saliendo y llegando a mi isla, pero, antes de verla, me saludó el Teide majestuoso. Entonces supe con seguridad que ya estábamos por aterrizar. Nos metimos en una nube, y, al salir, vimos las cumbres de mi tierra, peladas a causa de ese sol que brilla casi todo el año. Luego ves los barrios costeros, llenos de casas coloridas y, al final, enfilamos la pista de aterrizaje. Ya estábamos en casa. Ya volvíamos a la rutina. No de la misma manera, claro! Ya en nuestro corazón llevamos a una provincia llena de sitios donde se come de lujo y de lugares llenos de historia. Así nos bajamos del avión. Llenas de una Córdoba que ha sabido enamorarnos.


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