Hace ya unos años, estamos hablando de que mi madre vivía incluso, descubrimos, para su horror, que en la terraza donde uno lee, o en su caso, hacía ganchillo, te puedes tomar algo etc y cuyos cojines son de color blanco, aparecían pelos de gato negro. Lavó los cojines y, tras esto, adquirimos la costumbre de ponerlos dentro de la casa cuando nos íbamos a dormir. Nosotros al conjunto lo llamamos de manera pretenciosa el chil out, así que, caer en la cuenta de que era un dormitorio gatuno le quitó brillo al nombrecito. Mi madre era una maniática de la limpieza y yo, desgraciadamente, muy alérgica al pelo de gato.
En estos años, cuando vuelvo a la casa, descubro pelo de gato en la mesa de plástico de la terraza, que, encima, es blanca, en la alfombra de la entrada, en un arcón enorme de plástico donde mi madre metía un montón de cosas y que tengo prácticamente vacío, y cuando no es pelo, es algo que ha cazado y cuyo cadáver deja en ofrenda a quien entre por la puerta.
La casa tiene una alarma porque descubrí con terror supino, que en casas de alrededor, han entrado gente extraña a vivirlas como si fueran suyas. Que es cierto que hay un problema de vivienda tremendo, pero no quiero resolverlo yo con mi propiedad. Pues bien, cada noche, sobre las ocho, la cámara detecta movimiento en la terraza. Se enciende una luz que lo hace cuando alguien, o un gato, pasa por su lado, y la historia se repite por las mañanas. Eso cuando no estoy, pero cuando él sabe que estoy dentro, cambia la hora de venir a cobijarse entre las cosas que ponemos fuera. Me tiene calculada de una manera precisa y matemática.
Ayer lo vimos por primera vez. Andaba por la cornisa de un edificio que hay en la entrada de la urbanización y mi hijo me dijo:»Mira mamá, el gato!!» Entonces levanté la vista y nos quedamos mirando él y yo un buen rato. Fui a practicar algo que me dijo un compañero y que significaba que podía confiar en mi, pero me quedé viajando en sus ojos amarillos, y me llevó al mundo de los gatos, donde estos se quieren pero son independientes los unos de los otros, donde no existe el no puedo vivir sin ti, donde si partes al otro lado, se te echa de menos pero solo a ratos y espaciados en el tiempo, donde conviven con unos humanos igual de especiales que ellos, a los que no les gusta que les rompas la rutina ni le invadan su territorio. Me explicó que la señora alemana que pasa meses en mi casa, se lo quiso llevar a su país pero que él no quiso y así se lo hizo saber a aquella mujer loca. «Yo pertenezco a Avatar, yo ya he elegido que ustedes son mi familia». Suspiré, en parte por cansancio, venía de la playa con el peque y llegamos oscureciendo el día, y en parte por resignación. «Supongo que donde caben tres cabe también una mascota», le dije, «pero atento! que a mis avatares las mascotas no les gustan, así que tendrás que seguir viniendo a casa como un amante bandido, que diría Bosé». «Hecho!» me contestó. «Vale, a partir de ahora te dejaré agüita dentro de la casa, comida no que se la zampan las hormigas! Y con ese pacto entre caballeros que diría Sabina, él siguió buscando qué comer y yo me dirigí a mi casa a ducharme, preparar la cena y hacer la croqueta hasta mi habitación. Luego llegaron mi marido y mi hija y, tras decir que el cumpleaños había ido bien, que no se puede ser más escueto, se fue cada uno a un sitio distinto, como el gato, que no ha podido elegir ni una casa ni una familia mejor. Una que respeta por completo cómo es y cómo quiere vivir. Lo mismo que ellos!