¿Qué es para ti un buen profesor?
Había una señora que tenía un pequeño negocio de chuches frente a un colegio. El colegio tenía pinta de prisión. Grandes muros rematados por unos cercos de pinchos para evitar que cualquiera saltara el muro y cometiera ningún acto vandálico, y una puerta de hierro enorme y verde fea como un dolor. Cada día, bien a la entrada, bien a la salida del cole, se le llenaba el negocio de niños impacientes por pillar algo que comer en el recreo, algún cromo con el que jugar, canicas…Un bullicio que duraba unos minutos y que le daban la vida a la buena señora, porque con ellos, compartía su buena dosis de risas.
Al finalizar las clases, cuando ya el colegio se quedaba en silencio, se abría la puerta del mismo y de él salía una figura enjuta, menuda, un señor vestido todo de gris, con un maletín marrón que se dirigía decidido a su negocio. Solía coger la prensa, pagarla, dar las buenas horas, y marcharse para coger el transporte público, porque en esa zona, durante el día, era imposible encontrar una plaza de aparcamiento libre. Nunca decía más que un tímido buenas tardes, y, la señora, la verdad, estaba intrigada. Suponía debía ser un maestro del colegio pero no tenía idea si quiera de su nombre.
Un día, preguntó a un grupo de muchachos que se encontraban en su negocio, por el nombre de ese profesor. Les dio una descripción y le contestaron: «Ah, si, el mago!» y, sin dar más explicaciones salieron corriendo al cole.
Entonces la curiosidad de la señora se vio azuzada por esas palabras. «El mago» jolín, qué mote!!»
Como la vida a veces te pone delante a gente para que puedas saciar la curiosidad que te embarga, un día apareció el director del colegio a comprar tabaco. No era de sus clientes habituales, pero lo conocía por, presisamente, tener los muros de aquel edificio, prácticamente haciendo sombra al suyo. Entonces le preguntó por el señor y por el mote que le habían dicho los chicos. Supo quién era por la descripción, pero quedó tan sorprendido como ella por el sobrenombre por el que era conocido. Tanto fue lo que le intrigó que, tras darle un par de vueltas, decidió pasar a ver qué cosa mágica hacía el señor Fernando, que así se llamaba, en sus clases. No podía creer que utilizara su posición de docente para hacer truquitos de magia con pañuelos, con cartas, o Dios sabe qué.
Se lo encontró por el pasillo, le informó decidido lo que iba a hacer, y, sin darle tiempo a protestar, se dirigió derecho a la clase, se sentó atrás y esperó.
Cuando entró el profesor, se hizo un silencio reverente que le sorprendió muchísimo. No le había costado nada mantener el orden en clase. «A lo mejor, de eso se trata todo, de que guarden silencio sin necesidad de pedirlo!».
«Chicos, hoy vamos a hablar del conquistador Alejandro Magno» y, esas fueron las únicas palabras dichas sin atrapar su alma. La siguiente hora, narró cómo comenzó su reinado, como amplió su imperio, su ejército…durante 60 minutos, el director se convirtió en general del ejército de un hombre que resultó ser un gran lider a pesar de su juventud, se vio luchando junto a él en múltiples batallas, gritando y peleando por su vida, hasta la muerte de su rey con solo 33 años.
Cuando terminó de narrar la historia, se vió devuelto a su realidad, la realidad de ser solo un director de cole, un gris funcionario, y, por un momento, su vida le pareció incluso miserable. Luego, recapacitando un poco, se dió cuenta de que Fernando era capaz de llevarlo a vivir vidas que no tenían porqué ser la suya propia. Podía llevarlo y enseñarle más allá de datos y de fechas, podía hacer que amara u odiara a esos personajes en función de los hechos narrados.
Al salir del aula, lo esperó reverente en la puerta, y le preguntó de manera tímida si podía asistir de vez en cuando a sus apasionantes clases. Fernando le sonrió y le dijo que las puertas de su aula estaban siempre abiertas a la sed de conocimientos.
Salió Fernando del aula, enfiló el pasillo hasta la puerta de salida, y, durante unos segundos, el director pudo comprobar cómo un halo maravilloso rodeaba la figura del profesor. Y entonces entendió el mote. Fernando era un Mago con mayúsculas.