Anoche soñé que a mi hijo lo perseguía un enorme dragón negro con mucha mala leche y soltando fuego a troche y moche por sus fauces. Yo tenía forma de locomotora, y, cada vez que el dragón escupía fuego, me ponía delante del peque porque era de acero y, claro está, solo me calentaba como una cafetera, mientras él podría caer muerto. Creo que este sueño define perfectamente mi relación con mi hijo en estos años. Cuando fui consciente de que, efectivamente era autista, comencé a mirarlo con los ojos de la objetividad y esta me devolvía una imagen de un crío autista y con una gran hiperactividad.
Cuando llegó el confinamiento por la Covid-19, sucedió algo crucial. Yo empecé a estudiar con él en casa y, en el acto detecté que el niño era incapaz de oirme siquiera durante un momento a lo que le explicaba. Tenía un retraso enorme en lo que a conocimientos se refiere y pensé que requería de mi ayuda urgente. El dragón abre las fauces escupe fuego, y yo, lo protejo poniéndome delante para que no le haga daño.
Como en esa época todo era vía zoom, hablé con una psicóloga de la asociación en la que estábamos y le dije que quería que al niño se le hiciera un examen porque el diagnóstico TEA tenía detrás una potente comorbilidad. El TDAH. Pues bien, se le hizo el informe y, con él, al comienzo del siguiente curso, en la primera tutoría que tuvimos, expuse el diagnóstico. La orientadora se levantó como un rayo, y volvió con un test que debíamos hacer en casa. Contestamos a todo que si, lo que nos dejaba con un diagnóstico de libro.
Tras ello, la orientadora nos dijo que lleváramos al niño al neuropediatra de nuevo y que éste debía refrendar lo que sospechábamos todos. Y allá que fuimos. He de decir que nos ofreció recetarnos metilfenidato de 18 mg desde el minuto uno (concerta) Para mí aquello era como el dragón que le haría daño, y me puse delante protegiéndolo con un no. Al cabo de pocos meses volvimos a por la receta. Su profesora con mucho tacto nos dijo que, si no lo medicábamos, la cosa iría de mal a fatal. Y ya no hubo más que discutir. El neuropediatra también aportó su granito de arena diciendo que se suministra la medicación a todos aquellos niños que, bien por baja autoestima, bien por fracaso escolar, bien por todo junto, necesitan un extra de ayuda. Hay que tener en cuenta que esta medicación lo que consigue es que la función de los neurotransmisores sea la correcta. No drogas a tu hijo. Es anfetamina? Si. Pero tratada en laboratorio y sin un síndrome de abstinencia como sucede con algunas prescripciones psiquiátricas. No es el caso. De hecho, mi hijo no la toma los fines de semana porque le quita el apetito y a él le gusta comer mucho y bien pero para ello, nos vemos abocados a estudiar con él en espacios muy cortos de tiempo (media hora máximo) y con descansos de otra media hora. Imaginen si fuese sin ella al colegio!
Al comienzo del curso siguiente, su profesora nos preguntó que si lo medicábamos o habíamos decidido no hacerlo y, boquiabiertos contestamos que si, que, cada vez que iba al cole. Y nos respondió que no se notaba. Volvimos al neuropediatra y este decidió mandarle una dosis mayor, 27mg, con la frase «no le mando algo más, porque es muy delgado». Mi hijo es un tío bastante delgado, como lo fue su madre a su edad, y yo me lo imaginé dándole el aire y salir volando como una hoja por culpa de la medicación asesina. En fin. Medicarlo no es la panacea. Sus funciones ejecutivas están a tomar por el jánder y, lo que te explico hoy mi amor, será olvidado a muy corto plazo. Tiene memoria visual. No sé si se dice así, pero es lo que es. Tiene cero imaginación. Por eso le encanta que le contemos historias, generalmente de miedo, ya empieza la adolescencia, y que la imaginemos toda nosotros mientras él se ríe porque, generalmente, suelen estar acompañadas de cosquillas y de cosas muy absurdas que le provocan risas.
Cuando fuimos al Centro Base se negaron a subir la discapacidad, a pesar de que lo llevé sin medicar y, a pesar de que, hacía solo cinco meses que habíamos perdido a la abuela. Imaginen el varapalo! tú comienzas a entender que algo te pasa y se muere la persona con la que más risas te echabas en el mundo mundial. Él era para ella su cascabel. El optimista de la casa. La risa con patas. Durante la entrevista, expliqué que mi madre era la persona que más me ayudaba con los niños (también podía haber dicho que la única) y económicamente (en cosas absolutamente puntuales porque yo me negaba a vivir como una rémora de alguien que no iba a durarme toda la vida, como así fue) y, por eso mismo decidieron subir dos puntos en su discapacidad. Dos puntos que tenía más que ver con no llegar a fin de mes, que con su Tdah. En fin, cosas de la administración.