¿Qué piensas sobre el consumo de carne?
Hoy he decidido explicar, aunque no sé si lo consiga, porqué vivir en Avatar me resulta tan estresante. Mis fines de semana siempre comienzan pegados a la lavadora. Mi hija puede poner, perfectamente, hasta tres veces en una semana, una chaqueta, por ejemplo. Tiene problema con los olores. Según ella, la prenda huele a sudor, que no, pero ella lo percibe como si viviéramos junto a un contenedor de basura. A lo bestia. Claro, yo intento bajar la montaña de ropa, pero ella rellena la cesta a mayor velocidad. Cada fin de semana pongo lavadoras por encima de mis posibilidades, y, cuando no lo hago, cuando me voy a la casa del sur, me lleno de mal humor sólo de pensar lo que me espera a la vuelta.
Seguimos con el tema de la salud. Ambos tienen anemia porque mis dos retoños son muy aficionados a comer siempre lo mismo. Les encanta vivir en un bucle infinito a la hora de la cena, pero los análisis les dice que deberían añadir otros alimentos. Difícil. Sobre todo con el niño. Ella no tuerce el gesto ya como él. Es más flexible en lo que alimentos se refiere. Con él tropiezas en un muro bien fuerte. Te dice la pediatra que lo intentes. Yo la miro y le digo que sí, mientras pienso que qué cojones cree que hago todos los días de mi vida. Ayer salí a la farmacia y volví cargada de cosas para ambos. Pues bien, esta mañana me he pegado más de media hora preparándole un zumo, dándole la medicación para la alergia, metiendo nuestras placas de descanso a lavar en un aparatito que me compré en Aliexprés y que recomiendo una barbaridad, por solo diez euros…cuando he acabado con él, he pensado que mañana que hay cole me voy a ver bastante justa siquiera para tomar un café porque tengo que llegar a tiempo a la parada del bus escolar y luego entrar al trabajo, a la carrera, para cumplir con el horario flexible del que dispongo por ser madre de un niño de once años. Cuando cumpla los catorce, lo extenderé porque ambos tienen una discapacidad que roza el cincuenta por ciento. Pero ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.
Total, que varias lavadoras después, se preparan mi marido y mi hija a hacer de comer. Yo procuro ir lavando los cacharros por tandas y, cuando acabo de comer, utilizan veinte mil cosas para una chorrada, puede caer mi cabeza en el plato vacío y comenzar la siesta.
Por la tarde vamos a comprar. Otro coñazo. Estábamos yendo a un súper que no está dentro de ningún centro comercial, pero que está en el corazón mismo de varios barrios de gente que mira cada chavo que se gasta por eso de que no son gente que nade en la abundancia. Solo gente trabajadora. Lo cierto es, que, mi marido, por cosas de su trabajo, conocía a algunos usuarios del súper. Y, la verdad, resulta un poco corte verlo hablando con alguien a quien tú sabes que él no recuerda, o si, y entonces es capaz de llamarlo por su nombre y sus apellidos, mientras espera que acabe para decirle que si le apetece que esta semana le pille la leche sin lactosa. Además de saber de qué se conocen, conocimiento sin el cual yo podría vivir perfectamente.
Cuando nos subimos al coche, me dijo de ir a otro supermercado, y, casualidades de la vida, el día antes, al salir del gimnasio, me metí en uno que está justo al lado y que son de la misma cadena. Aquello era un remanso de paz. Sin rebumbio, sin ruidos fuertes, sin colas, sin el segurita siguiéndonos porque, por lo que sea nos ve cara de gente sospechosa, que es algo que nos suele ocurrir porque, cuando nos ves, no eres capaz de distinguir dónde está la diferencia, pero sí notarla. Y aquél hombre se metía, incluso, por la panadería y nos acechaba por detrás de las baldas, cosa que yo notaba pero el resto de mi familia no. Hasta que lo dije, y a mi marido no debió hacerle ninguna gracia. Claro! Máxime si sabes de qué pie cojean alguno de los usuarios! Le dije que porqué no íbamos al otro súper y estuvo de acuerdo. Más cerca, menos gente, aparcamiento súper amplio, cero colas…El único estrés es que se tienen que aprender el supermercado entero y eso les va a costar. Pero no les importa. Gana la tranquilidad por goleada.
En estas fiestas no puedo ir a ningún sitio con ellos a comprar. Así que toca planificar una yincana este mes sobre qué o cómo comprar los regalos de Navidad sin llamar la atención, con una huelga de transporte público, y sin idea de qué regalar al enano que se ha hecho fuerte en su mutismo y no suelta prenda. Ni escribe la carta porque no le gusta escribir. «Señor, dame paciencia!!» Encima y además, soy una especie de lóbulo frontal de los tres, y todos, por separado, me explican sus inquietudes de situaciones que viven en su vida diaria.Yo las mías se las explico a mi psicóloga. En este punto de escritura, ya he sido interrumpida cuatro veces por los dos. Mi hija me ha preguntado que qué hacemos nosotros, las personas normales, para darnos cuenta de equis cosas. Me ha faltado tiempo para explicarle que, lo que ella llama normal, no lo es en realidad. Y que no vuelva a decir que los que estamos frente a ella, los neurotípicos, somos la leche de todo lo puto más. Solo somos personas que, como ella, tratamos de sobrevivir al día a día. Pero sin las gafas de buzo mentales. Ni un olfato de perro cazador. Ni un oído que te permite oír todas las conversaciones a la misma vez. Sin discriminar. Pero con las mismas ganas de salir adelantes indemnes.