¿Qué aperitivo te comerías ahora mismo?
Lo primero decir que aquí en las Islas, el tomar aperitivo no se estila. Fue al pasar Gibraltar cuando vi que, en la Península, esta costumbre es muy común. Te pides una bebida y, para que no salgas del sitio antes de comer bailando la conga, en algunos lugares te ponen un platito de comida, o si no, tú, si eres de los que no quiere que el alcohol te caiga a los pies, te pides unas aceitunas, unas bravas (patatas o papas que, qué coño, es como lo decimos aquí) o lo que tengan en el bar de marras que suelen estar surtidos.
Empecé y terminé los aperitivos el poco tiempo que viví con mi madre. Nos reuníamos los domingos con sus amigas, y se hacía el vermut como lo llaman allí. Yo llegaba cuando ya estaba empezado, cuando salía de trabajar en un supermercado infecto que estaba junto a la playa. Trabajaba toda la semana, incluido los domingos, diciéndote como una gran cosa que ya descansabas el domingo por la tarde. Fíjate tú!! Qué generosos!! Siempre he sido reivindicativa en lo laboral y conseguí, a fuerza de discutir con los jefes que me dieran los jueves libres.
Ustedes dirán que menuda mierda de trato. Cierto, era un trato igual de infecto que el supermercado, pero mi hermano en aquellas fechas, año 92, se puso muy enfermo. Mucho. Y yo aprovechaba y relevaba a mi madre en el cuidado del peque ese día, o iba a visitarlo, aunque ella estaba agustísimo en el hospital, porque te dan comida para el enfermo y el acompañante y te vienen a preparar el sillón cama todas las noches. Además, ella contaba con la baza de no estar en casa aguantando a su marido. Cómo sé tan seguro lo del hospital y porqué lo digo en presente? Porque en él falleció mi madre años después.
Total, que me reunía allí con sus amigas y sus familias y yo, como llegaba la última y llegaba amargada, me arreaba todo el alcohol que pudiera y me zampaba de lo que hubiera. En ese entonces, yo pesaba 50 kilos, porque no he caminado más en mi vida que en esos meses. Si pusieran todo lo que andé o corrí detrás de una guagua que pasaba cuando al chófer le venía bien, o no pasaba y te veías volviendo a casa reventada del curro y con 3 kmts de pateo, en linea recta, no dudaría en que llegaría al otro lado del charco. Fumaba, bebía, tenía un hermano enfermo, el matrimonio de mi madre con su segundo marido hacía aguas y él hacía méritos para ser arrojado a la boca de un volcán activo, a mi abuelo lo habían atropellado estando yo en Barcelona…en fin, que las cosas, por usar un eufemismo, no me iban bien. Pero yo llegaba, bebía, comía, y las amigas de mi madre, que siempre han sido casa, me mimaban y me ponían delante lo que me apeteciera. Solo me faltaba un babero.
Ese tipo de momentos, con gente que fuera capaz de poner tu mierda de vida en perspectiva, los hecho muchísimo de menos. Allí te desahogabas, llorabas un poco, o no, y cargabas pilas para la semana siguiente.
Recuerdo que una de mis tías viajó con su hijos y su marido para que mi madre viera al peque que tenía pocos meses. Estábamos arreándonos el aperitivo, yo con la cara como una ardilla comiendo como si no hubiera no ya un mañana, ni siquiera un después, y escucho a mi tía que empieza a reírse. La miré para ver dónde estaba el chiste y me dijo que no había ninguno sino que estaba borracha. Yo paré mi masticación, me tragué lo que tenía en la boca y la acompañé para que se acostara, flipando en colores que tuviera que ayudarla como en los momentos en los que tuve que hacer lo mismo con su padre al que le gustaba beber. Mucho muchísimo. Cuando se recostó en el sofá me dijo que, mejor se quedaba fuera cogiendo fresco porque la habitación, acostada, se movía como un barco. Yo estaba perfecta. El alcohol, a fuerza de costumbre no me afectaba igual que a ella. Y eso me hizo reflexionar. Sobre lo muy mal que me trataba y en la espiral en la que estaba metida sin notar aún la succión final de la bajada. No fue un cambio de la noche a la mañana. Aún peleo con mis monstruos a los que hasta ahora siempre silenciaba manteniéndome ocupada o con algún tóxico, porque el tabaco y el alcohol lo son. He decidido quedarme quieta. Disfrutar de los días y hacerlo con todas las consecuencias. A pelo. Difícil. Cuando estás acostumbrada a un patrón, es complicado salir de él. Si consigo salir airosa de esta decisión, se podrá decir que estoy curada. De mis monstruos. De una parte de mi vida. Pero tener el coco sano es tan atrayente…

