Ayer nos levantamos a dos tiempos. Me explico. Primeramente, me despertó a las cuatro de la mañana. Suele ocurrir cuando hay un cambio, un examen, un viaje…así que, después de enseñarle la tablet que tenía en la mesilla de noche, a Dios gracias porque yo apago el móvil, me giré para que no me hablara, un truco de madre veterana en estas lides y le ordené que durmiera. Cayó a saco y volvió a dormir hasta las 7.
Después de desayunar, le dije que regara el jardín, para hacer el duelo de la partida como se debe. Regando las plantas y demostrando su amor a la casa, todo ello mientras yo podaba arriba, haciendo lo propio.
Luego me puse a limpiar la planta baja y mi hija, superada por todo lo ocurrido esta semana, y, habiendo hablado el día anterior de que me ayudaría, comenzó negándose, luego me gritó y por último me dijo que porqué limpiaba la casa, y no pagaba a alguien. Yo me limité a seguir limpiando porque entendí que, cualquier cosa que dijera caería en saco roto. Desde el amor que siento por ella, la respeto y la entiendo.
Luego llegó mi marido. Enfermo. Catarro. Sin fiebre. La muerte para él. Salimos a comer porque para eso no hay enfermedad alguna, y al volver, descansamos un poco y luego empecé a recoger. Por el rabillo del ojo miraba a mi hijo, y lo veía cada vez más enfurruñado. Tan es así, que no quiso ir a cenar y nos fuimos directos a casa. Al llegar, miré el hogar que nos recibió acogiendo a esta familia rara que lo habita. Esta familia que vive entre sus paredes pero que la utilizan sólo para dormir. Que siempre salen y entran corriendo. Que, cuando están, no se les oye, no se escucha un ruido. Como si en él viviera una familia de felinos.
Deshice las maletas, puse dos bolsas junto a la lavadora para irme haciendo el cuerpo de la que me espera. No importa. Eso también será una prueba de amor a mi casa, a mis hijos. Hoy estoy encerrada en la sala de vistas con mi jefe. Otra prueba de cariño. Mi compañera no anda fina de salud y él tiene las defensas regulinchis. Estas son mis motivaciones vitales. Amar sobre todas las cosas y hacerlo como a mí misma, alejando todo lo que enturbia mi sentir. Amo incluso a la letrada que habla y que tiene que contestar una demanda larga hasta decir más no. Y este amor inmenso de mi hacia el mundo, lo extiendo a la memoria de mi madre que hoy hubiera cumplido 72 años. Y así cierro el círculo. Desde el final. Hasta el principio.