Qué es lo que intentarías hacer si se te garantizara que no vas a fallar.
Si no fallara, volvería a repetir mi vida. Seguro que entonces ni siquiera tendría el mismo nombre. Sería asquerosamente perfecta. Con hijos de anuncio, que la verdad ya tengo, que irían a colegios privados y tendrían un montón de amigos, con lo que mi agenda de vida social andaría echando humo, pero podría ir a todo y abarcarlo todo porque trabajaría en casa, como una Daniel Steel cualquiera, escribiendo libros como churros que adquirirían mis fanes.
Si fuera perfecta, si nada pudiera fallar, mi marido y yo podríamos irnos a tomar algo juntos, disfrutando de la mutua compañía, hablando de cosas que no tuvieran que ver con nuestros hijos.
Si nada fallara, yo habría planeado un viaje por el 70 cumpleaños de mi madre con mis hermanos y tendríamos ahora un álbum de fotos de los recuerdos de ese viaje. Y, como no, ya estaríamos planeando el siguiente, sin importar a donde porque todo iría sobre ruedas.
Si nada hubiera fallado, yo no habría perdido a gente a la que amaba, a la que amo aún, por culpa de la violencia, de enfermedades, de decisiones no calibradas.
Si todo hubiera salido bien, yo no iría a terapia y mi mente no sería un lío de ansiedad y de tristeza.
Si mi vida no hubiera sido falible, si todo lo que y quien me rodea lo fuera, yo no escribiría estas letras ni viviría en Avatar, ni sería yo…
Hoy me han pasado las horas por arriba. Hemos ido a un cumpleaños de un compañero del enano, al que no sé porqué llamo enano siendo ya casi más alto que yo. Creo que porque vi mucho Picapiedras y era así como Pedro llamaba a Pablo Mármol, que, además, era rubio! Soy más vieja que las pirámides!
Si fuera una madre de las egoístas, de las que ponen sus intereses por delante de los de sus hijos o de cualquier otro tipo, yo me hubiera quedado en casa escribiendo y leyendo además de visitar a mi amiga la lavadora como cada día, porque, quitando el tema lavadora, son las únicas actividades con las que disfruto.En su lugar, me fui a hablar con padres a los que veo de Pascuas a Ramos, que tienen unos problemas distintos, muy distintos a los míos, pero con los que comparto algo en común. El cariño que sienten sus hijos hacia el mio. Lo respetan, lo dejan ser, si no habla no importa, no abrazamos sino chocamos las manos…total, que hoy he agradecido a los padres el haber criado hijos tan buena gente y tan empáticos. Lo he verbalizado por primera vez. Sobre todo ahora que encaran la adolescencia y que ya saben cómo son esas cosas! Los chavales raros suelen caer de las listas!
Además fue un cumpleaños inclusivo, que hemos ido a otros donde el volumen de todo estaba tan alto que he salido afónica, y la actividad ha sido rápida. Fundamental para alguien como mi hijo que necesita periodos cortos para todo.
Hemos hablado del viaje de fin de curso y he escuchado con horror como me han confesado que el tutor le ha pedido a alguna que los acompañe. Concretamente a una cuyo hijo tiene alergias alimentarias potentes y prefiere el profesor que vaya acompañado. Yo no he tenido la misma suerte. A mi ni eso. Si no va, que es lo que quiere, mejor, porque así no le digo a la madre que no cuento con su hijo. Dejemos las cosas claras! A ella se lo pidió en quinto. A mi hijo y a mi nos debió dar la patada en el mismo curso.
Sobre la marcha he pensado que voy a hacer una reunión donde me van a tener que explicar, muy claramente, porqué el viaje de marras no es en absoluto inclusivo. Así podré ver sus caras, si no de vergüenza, que está claro que no tienen, sí la verdadera. Daré un discurso que no tengo que llevar ni preparado, y saldré de allí cagándome en todo. Pero que conste el pataleo. Solamente. Mi hijo ya ha dicho que no quiere ir y ahora ya entiendo porqué. Porque él ya notó la patada en el culo, a mi me ha costado más pillarla.
Tengo pensado un plan B, la verdad. Pensaba ir a visitar a mi familia en Barcelona en la misma época, porque tampoco quiero que mi hijo vaya al colegio.
En fin que, ahora, mientras escribo, siento una tristeza muy grande que se diluye a medida que le doy al teclado. Tac, tac, tac, haz magia y haz desaparecer a los adultos intolerantes. Tac, tac, tac..
He perdido todo varias veces. Hace muchos años, me despedí, en lo que yo creía que sería un «para siempre» de dos personas a las que adoraba. Mi hermana y mi madre. Fue tan doloroso, y yo tan pequeña, que decidí imaginar que habían muerto y que no las vería nunca más. La vida se encargó de explicarme con toda la claridad que eso no era perderlo todo. Que podía haber más y peor.
Si hoy perdiera mi trabajo, seguramente, perdería con él a mis amistades. Nos separaríamos como una diáspora y comenzaríamos a encargarnos de las obligaciones que van dando los años, que se van añadiendo a nuestra vida, sutilmente, como las arrugas, como las canas. Pero soy capaz de soportar no volver a verlas. Aunque, hoy día, las echaría de menos. Hace unos años, eso no sería así. Tenía un buen caparazón.
He supeditado mi vida a buscar un futuro para mis hijos, para que, al cerrar los ojos, mi preocupación por lo que va a ser de sus vidas no sea tal.
Si perdiera a mi familia, sería ese el obús que consiguiera hundirme a las profundidades del abismo. Eso sí que sería tremendamente doloroso, como decía un poema de Antonio Machado:
Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte, arruinará la casa y sembrará de sal el pobre campo que mi padre trabaja... Idos. El cielo os colme de venturas... ¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!
Pues así sería mi paso por la vida, un pasar por campos desolados llenos de sal, para que nada vuelva a brotar de ellos, yermos. Sin mis hijos sería un alma en pena, como imagino al Cid, subido a caballo, con sus más leales, intentando buscar un sitio donde cobijarse. Yo buscaría una cueva oscura y fría y allí me estaría hasta que viniera la muerte o hasta que el instinto de supervivencia ganara la partida de mi cabeza. Cualquiera de las dos es posible.
También se puede perder la salud. La física y la mental. Y no sé qué puede ser peor. Si luchar contra el desmorone de tu cuerpo o el de tu alma. Esta semana mi juez se ha puesto enfermo. A la plantilla nos han dicho que es algo estomacal, pero la juez que ha venido a sustituirlo, ha tomado decisiones a largo plazo. Mala señal. Él pasó por una enfermedad mala una vez, y me dijo que esperaba, algo resignado, que se volviera a repetir. Eso lo hace ser una persona disfrutona de la vida, pero es que no es ningún anciano! Es un año más pequeño que mi marido!
Así que, mientras esperamos que a la vida le de por hacer sus giros malabares y sus saltos y sus bajos, disfrutemos de todo lo que tenemos hoy como si no hubiera un mañana. Exactamente así. Como si te fueras a morir mañana. Luego puede darle por llenar nuestra vida de sal y pasar un tiempo pasando por un terreno destrozado. Pero como dice también Machado:
Caminante, no hay camino: se hace camino al andar. Al andar, se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar...
Como punto de partida, voy a poner un ejemplo laboral de lo que era antes trabajar sin ordenador.
Cuando empecé en justicia, me tocó un juzgado de menores. En aquella época, por la protección al menor, el juicio no se grababa y yo, al ver el equipo de grabación, que era una torre enorme llena de botones, me alegré porque al llegar al juzgado no había un dios que supiera explicarme aquél lío. Total, que en una de las veces que se fue el juzgado a celebrar vistas a otra isla, me quedé de retén porque se daba la paradoja de que, el autor de los hechos, vivía en esta isla. Yo había advertido a mi jefa que el mando de la sala de vistas no funcionaba bien. Y ella no me hizo caso. Era nueva amigos! Yo qué iba a saber!
Pues bien, llega el día del juicio, y, cuando voy a marcar el número de teléfono con el mando del televisor, viva la prehistoria!, el mando me manda a freír bogas. Llamo a mi compañera, mi oráculo de la verdad, y me dice que vaya con el muchacho, un tío que en un arrebato violento había destrozado un montón de coches, al otro juzgado de menores que estaba a dos calles y una cuesta empinadísima del mío. Y allá que fuimos!
Él no me miraba, era huidizo, y yo sí a él por si me arreaba una torta como a los coches, y nos plantamos en una sala donde yo no conocía el sistema. Marqué y vi la cara de mis jefas, enfadadas porque algo que había yo advertido que estaba roto, efectivamente, lo estaba. Qué barbaridad!
Identifiqué al muchacho, y, cuando iban a comenzar con el juicio, sin abogado, sin emoción alguna, dijo: «me conformo». Yo, que por aquél entonces suspiraba por oír la voz de mi hija, me quedé pensando que, tal vez, eso de hablar estaba sobrevalorado. Sobre todo teniendo en cuenta el coste que debía suponer lo que había hecho a la economía familiar. Y me sentí triste, por él, que andaba girando como una colilla en un retrete, con algo que lo iba arrastrando a ser carne de prisión. Pensé en su familia, en su madre, y allí me quedé, mirando la escena como si de un enterramiento se tratase. En silencio. Solo me faltaba un sombrero de ala ancha entre las manos.
Hoy me he desvelado porque ya, si no voy al gimnasio, duermo menos. Me he despertado enredada en un abrazo con mi hijo. Y, siguiendo un impulso, he decidido quedarme así, abrazada a él, por si en algún momento de su vida decide dar un mal paso. Que recuerde el amor que le tengo, y que eso le sea suficiente para no darlo.
Ayer le dieron jaque a mi reina. Ha suspendido el exámen, y no por previsto, ha sido menos doloroso. Nos ha dolido a ella y a mi, pero por motivos diferentes. A ella le ha puesto triste porque creyó que yo estaba decepcionada, y yo le he dicho que estaba triste porque su nota no refleja su esfuerzo. Pero que estábamos en el buen camino. Que no lo dudara.
Después de acompañarla al exámen, y de estar con ella hasta que entró, solo me faltó acompañarla al aula pero ya me pareció un poquito demasiado, me fui con su hermano a terminarle unas pruebas que le comenzaron a hacer el día antes. Para la alergia. El médico me detalló lo que le iban a hacer y yo se lo transmití a él de la mejor manera que supe. Pero yo no sabía lo que era un frotis bucal, y, al no poderlo explicar, no superó la prueba. Debieron posponerla al día siguiente.
Encima, su padre empeñado en que debían practicar la secuencia de lo que iban a hacerle. Eso ya a la hora de la cena. Le dije que la hora era muy inoportuna y empezó a gritarme. Como un energúmeno. Le dije que no me gritara. Calmadamente. «No me grites». Una y otra vez hasta que, en vista de que no tenía réplica se cayó. Se está volviendo un viejo gruñón que, cuando pierde los papeles, no piensa con coherencia. Entonces me dijo como frase lapidaria, que al día siguiente lo de hacer el ridículo me tocaba a mi. Todo porque la prueba fue con él y no conmigo.
Total, que después de dejar a su hermana, nos fuimos al laboratorio. Dos enfermeras y una madre después, conseguimos hacerle la prueba. Al terminar, les dije que sentía si habíamos sido muy coñazo, pero que mi chico es autista y tenía esos prontos y esa fuerza. Me dijeron que se había portado como un jabato. Opuso resistencia, pero poca. Su hermana era más peleona.
Por la tarde me puse con la historia que ya he terminado, pero a la que quiero dar una segunda vuelta, porque me he dejado un par de cosas en el tintero. He corregido faltas de ortografía y, mientras esto hacía, he pensado que no tengo idea de lo que hacer con ella. ¿La publico? ¿No? No tengo la menor idea de cómo se hace, y, a una compañera que le pregunté me dijo que ella lo hizo por Amazon pero que ahora no envía a las islas si quieres, después de pegarte el curro de maquetar todo el libro, más ejemplares. A mi marido, el viejo gruñón, le pedí consejo. Me ha dicho que si lo que quiero es que me acaricien el ego, pues que le de para adelante aunque él lo ve una tontería. Pero que si era para mí, que lo cuente todo sin ningún límite, y luego lo ponga en un cajón. La gente que me conoce dice que no he contado la historia por ego, y que con ella podría ayudar a otra gente. Pero yo sigo sin tenerlo claro.
Mi hijo me regaló una figurita de Einstein que, cuando sale el sol, se toca la cabeza con su dedo índice como diciendo: «piensa mamá, piensa! Cuando he empezado a exponer mis dudas con el escrito, ha comenzado con el tac tac rítmico. Y yo hoy solo quiero llorar un poco y tirarme por ahí a leer. Pero tengo dos hijos que son mi prioridad, así que hoy, no toca.
¿De qué maneras el trabajo duro hace que te sientas realizado?
Hoy se examina mi hija, por fin, de sus oposiciones. Voy a subir con ella y la acompañaré hasta la puerta para que esté tranquila. Ha sido un año de trabajo duro, de ansiedad, de llantos, de ganas de tirar la toalla. Yo he estado ahí y sé lo mal que se pasa así que mi labor hoy será acompañar y asistir. Ayer, de broma, decía que mi labor era como la de un perro de asistencia y que mi nombre podía ser, perfectamente, Tom. No voy a acompañarla hasta el aula, pero he conseguido fichar para ello a una amiga. Espero que actúe como tal y le indique. Total, mi amiga no ha estudiado un pito y no va nerviosa.
No creo que consiga aprobar, pero ha trabajado muy duro, como hace ella siempre, con todo lo que le importa. Para salir de sus silencios, luchó como una jabata. Para conseguir reconocimiento en el colegio, igual. Esto, en realidad, es pan comido. Mi hija se mea en estos momentos. Pero ella no lo sabe porque tiene 19 años, y a esa edad una se cree un orco con sobrepeso. No se contempla al espejo y ve lo que veo yo. Una chica responsable, seria, formal, digna de todo lo mejor.
Su profesor le ha dicho que, si no saca buena nota, si no pasa el corte, que siga, que no se rinda. Qué risa! Él no sabe ante quién está. Yo sí! Y hoy voy a acompañarla ante una nueva batalla. Ya estamos las dos a pies firmes en el campo, con nuestras espadas, viendo llegar al enemigo. Yo estoy dispuesta a morir para defenderla. Y con este último pensamiento, alzo mi arma y salgo corriendo hacia él. Todo por mi hija! Mi hijaaaaa!
De lo más importante de mi vida, lo que me ha llevado a no perder los papeles, ha sido la paciencia a la que he dado un toque de inteligencia. Me explico. Soy paciente con mis hijos, mucho, con la gente mayor, con todo el que tiene alguna dificultad para entenderme o para aguantarme pero, también es cierto que, no es una paciencia resignada. Con mis hijos sé que si no conozco eso que forma parte de su ser, si no estudio, si no me formo, voy a necesitar, cada vez, un mayor grado de ese razgo de mi persona. Y mira, por ahí, no. Prefiero formarme que vivir en un mundo volátil.
Con la gente mayor soy paciente pero firme, y con los bordes y maleducados, solo firme. Con la dignidad que se merecen ellos y yo.
De más joven era una chavala muy muy callada. No quería que saliera de mi boca nada que hiciera sospechar que estaban ante una persona que hacía muchísimo tiempo que se buscaba la vida por su cuenta. Me inventaba firmas, excusas, yo creo que de ahí sale mi vena de inventora de historias…pero no dejé, jamás de perder el norte de mi vida. Tenía un lema que me acompañó mucho tiempo, que era que, justo ahí, detrás del horizonte de penalidades por las que estuviera pasando, estaba algo mejor para mí. Mi tierra prometida. Mi Edén.
Ya no me sujeto a ese lema, es cierto, pero cuando las cosas se me tuercen mucho echo la vista atrás y pienso en lo que he superado. Y entonces respiro profundo, achico los ojos y pienso, tranquila, justo ahí detrás de este problema, sigue estando para ti la tierra prometida. Y así se me va la angustia. En ese respiro profundo.
Una pitonisa le dijo un día que se casaría con una mujer con una marca bien visible en su rostro.
Con el paso de los años, se enamoró y se decepcionó un montón de veces. Pero un día, llegó demasiado temprano a clase, en la universidad donde estudiaba, y se sentó a esperar en unos bancos que habían fuera. Pasó una compañera, miró el aula cerrada y le dijo que si se iban a tomar un café juntos.
Él ya se había fijado en ella, una chica bajita, con el pelo corto, rapado por detrás, que era exactamente el tipo de mujer que no le gustaba. Pero esa chica tenía una personalidad muy fuerte, envolvente, que hacía que su cabeza se girara a su paso.
Decidió tomar ese café con la firme decisión de desencantarse de una vez del magnetismo de aquella mujer.
Se sentaron a la mesa y ella pronto decidió que también tenía hambre y llamó al camarero para pedirle un bocata. Y allí, mientras ella comía, se fijó en sus labios, que ella siempre llevaba pintados de rojo. Ella hablaba y reía mientras lo observaba escrutadora, con aquellos ojos grandes y marrones.
Se limpió sus labios con la servilleta, dejando a la vista una pequeña cicatriz que recorría su boca de arriba abajo.
«Qué te pasó ahí?» Le preguntó. «Te arañó un gato?». Ella se sonrió y le contestó que no moviendo la cabeza. «Mi madre» contestó en un murmullo. «La maternidad le llegó muy joven y yo era muy llorona. Perdió los nervios y, de una bofetada, me dejó esta marca».
Él se la quedó mirando, mudo, y notó cómo su alma se deslizaba suavemente por debajo de la mesa hasta llegar a ella. Y supo que estaba unido irremediablemente a aquella chica. Y entendió que no querría separarse nunca.
Llevo un rato pensando en esa pregunta. Qué me gustaría hacer más? Pues cuando era joven, me levantaba los fines de semana a las diez de la mañana. Estudiaba por las mañanas y trabajaba por las tarde, además de madrugar muchísimo y acostarme muy tarde.
Recuerdo que iba a clases caminando porque solo podía permitirme un cupo de diez viajes al mes. Y los dosificaba. Si llovía o si me levantaba tarde usaba el transporte público. Si no, bajaba y subía caminando. Luego llegaba y hacía las camas de todos los ocupantes de la casa. Limpiaba los cacharros, tendía ropa, comía, descansaba un rato, volvía a por más ropa, y luego me iba a trabajar. Trabajaba en un súper, y, a veces, salía a las doce de la noche. A principios de mes.
Durante esa época, por ser joven, leía muchísimo, escuchaba música, inventaba historias que nacían y morían en mi mente, iba al cine, y todo ello tenía un único objetivo. No estar. No ser visible. Pasar desapercibida. Por eso imaginaba historias ajenas, vidas ajenas. Porque la mía no era muy feliz.
Ahora, con bastante más años, y menos energías, no tengo tiempo de hacer esas actividades pero no puedo negar, que, aunque carezca de tiempo, de que viva en constante estrés, mi alma está serena. No tengo que evitar ninguna situación, ni a ninguna persona.
Si me dijeran de volver a pasar por ese tiempo, diría que no. Comparto mi tiempo con gente bonita, que me hacen la vida agradable. Solo quien haya pasado por algo así en su vida, que somos unos cuantos, me entenderá.
Difícil decir cuál ha sido el mejor. Quizás, el que me dió mi madre, cuando me dijo que, aprender sobre autismo no era derrochar el dinero sino todo lo contrario, una inversión. Y es cierto que ha sido así. Desde que hice el máster (ese que no pude acabar) las cosas en casa van bastante mejor y el niño ha salvado los muebles durante el verano.
Me explico. Mi hijo tiene un potente tdah que hace que, durante los meses de verano, todo lo aprendido durante el curso, hasta lo más elemental, desaparezca como un azucarillo en un vaso de agua. Este año eso no ha sido así. Esto gracias a su padre, las cosas como son, que lo ha puesto a trabajar cosas sencillas de matemáticas y de lengua.
Respecto de su parte autista, aunque yo creo que él está dotado de un cerebro diferente que hace que sea enteramente autista, también hemos conseguido que no aparezcan las rigideces, que es lo que suele ocurrir en verano, con las vacaciones. Si descuidamos la parte de la anticipación, de avisar qué viene dentro de un rato, haremos que pelee panza arriba como un gato cabreado, protegiéndose de la ansiedad que le provoca que, a cada rato se mueva su mundo de una manera distinta. Eso ocurre cuando acaban las clases, se acaban las rutinas. Luego, su terapeuta se va de vacaciones, cosa lógica por otra parte porque la muchacha no es ningún robot, y entonces nos quedamos a la deriva. Como un astronauta en el espacio exterior, unido solo por una cuerda para no irse a tomar por saco. En este caso, el cabo que lo une a la Tierra, a estar cuerdo, es la familia. Si ella se pone en modo vacaciones también, cuando se vuelve a la «normalidad» descubres a un muchacho lleno de ansiedad, desregulado y con muchas ganas de que se le respete eso que, sin con lo que no hubiera pasado durante el verano, habría hecho que sufriera una crisis.
Y ahí he estado yo. Haciéndole de cicerone del mundo. Explicándole desde el día anterior qué iba a suceder el siguiente. Incluso, qué íbamos a comer. Y que, si eso no ocurría de esa forma, haríamos un plan b que también le explicaba. Y ha funcionado. No ha sido perfecto, porque salíamos y aleteaba las manos en un intento de bajar su ansiedad, pero no ha sido terrible. No lo he visto pasar ningún mal momento. No ha tenido ninguna crisis. Además, hemos procedido a darle pequeños encargos de independencia, como por ejemplo, salir a comprar. Una sola cosa, cierto, pero ya sabemos que, en algunas circunstancias eso puede ser como adentrarse en un bosque mágico que fuera cambiando la ubicación de su flora a cada paso. Angustiante. La primera vez, fue su hermana detrás, por si necesitaba ayuda, la siguiente, se fue solo, porque su hermana no quiso acompañarlo. Ella también debe luchar contra sus propios bosques mágicos y eso se debe respetar como todo lo demás. La cosa es que tardó más de la cuenta, y, empezó a decirme que si no estaba preocupada, que si no iba a echar un vistazo, y le dije que no. Que le había dicho a su hermano que confiaba en él, y que, si se producía alguna situación de emergencia, el supermercado está en la esquina de nuestro edificio (como a un océano de distancia para alguien que explora el mundo por primera vez solo) y que yo sabía que lo iba a hacer bien.
Cuando volvió a casa, al abrir la puerta, lo esperamos todos para aplaudir su azaña. Nos lanzó una sonrisa de esas que te iluminan toda la casa, y le hice una foto con la bolsa de pasta que fue la adquisición de esa tarde. Entonces caí en la cuenta de lo mucho que habíamos caminado para llegar a ese momento. Un momento que, para muchos padres, es algo que forma parte de la rutina, de su día a día. Algo normal. Nosotros habíamos puesto una pica en Flandes, habíamos ido por el desierto con tan solo una cantimplora, y lo habíamos conseguido atravesar. Queda mucho muchísimo por hacer. Pero todo será poquito a poco. Un pasito detrás del otro.