¿Cuáles son tus objetos personales más preciados?
Hace un tiempo, cuando el mundo aún estaba medio por hacer, existía una muchacha cuya madre había fallecido hacía muy pocas semanas. Antes de fallecer, su madre le regaló un pequeño colgante, tan pequeño era, que había que acercarlo mucho a los ojos para ver cuál era su forma. Consistía en una pequeña piedra azul que, al mirarla de cerca, contenía una luz blanca, luz que, a veces, iluminaba sus noches haciéndole compañía. Alejando su tristeza.
Al quedarse tan sola, había dedicado a su madre mucho tiempo por su enfermedad, decidió que iba a emplear el tiempo que ahora le sobraba en pasear junto a un río que pasaba junto a su casa, pensando en qué haría con su vida a partir de entonces y en qué iba a invertir su tiempo. Le gustaba caminar durante mucho rato, para así volver agotada a su casa, caer en la cama, y dormir hasta el día siguiente.
Un día, a la vuelta de uno de esos paseos notó que no llevaba el collar al cuello. Lo buscó con desesperación por toda la casa y, al no encontrarlo, se durmió llorando decidida a salir al día siguiente y caminar sobre sus pasos para ver si daba con la joya. Como no pudo pegar ojo, al salir los primeros rayos de sol partió de casa decidida a encontrarla. Buscó y buscó pero no encontró su colgante.Entonces cayó de rodillas junto al río y comenzó a llorar. «¿Cómo había podido ser tan tonta? Cómo podía haber perdido su único bien más preciado, el único recuerdo de su madre?»
Se puso boca arriba sobre la hierba, puso sus manos sobre su pecho, y, en voz alta, pidió disculpas a su madre. Luego se hizo el silencio. No se oía ni siquiera el ruido del agua. Parecía que el tiempo se había detenido.
Abrió los ojos extrañada y, frente a ella, pudo ver la cara de su madre, sonriendo. «No debes preocuparte» -le dijo- «mi legado está dentro de ti, tu bien más preciado eres tú misma. No necesitas mi joya para recordarme. De todas formas, espera a que anochezca, el amor que contiene brilla mejor en la oscuridad».
Entonces, pensando que había soñado entró a su casa y se sentó a pensar en lo sucedido. Anochecía ya cuando vio una luz brillante junto a un árbol, tanto, que no le hizo falta alumbrarse para llegar a donde estaba. Se agachó y, efectivamente, allí estaba aquella piedra azul reluciente. Entonces pensó en las palabras de su madre. Se lo colgó del cuello y se fue a la cama con él, con su luz, su compañía, sonriendo.