Buenos días mamá! En primer lugar, desearte un feliz día. Allá donde estés, estarás pasándolo bien porque siempre fuiste una disfrutona, incluso, cuando la vida te daba unos reveses que yo no querría para mí. La enfermedad, la pérdida, algunas terribles…esas cosas entre las que te manejaste toda tu vida, no hicieron que dejaras de ver que, como decías siempre, la vida es un gran pastel y hay que comerla a bocados.
No fuiste una madre al uso. Si había que elegir entre conocer a tu primera nieta recién nacida o un viaje, elegías viaje. Mirando hacia atrás, y viendo lo que pasó al final, no sé si yo no hubiera hecho lo mismo. Tenías que vivir muy intensamente porque la vida no te iba a dejar verte anciana. Nunca viste tu imagen en el espejo como una mujer mayor. Lo que uno entiende por abuelita. Ese fue el último regalo que te hizo. Te horrorizaba la vejez, no en otr@s, eras muy cariñosa con los mayores, sino en tí.
Además de tus viajes, tus cruceros, que te llevaron por medio mundo, tuviste tiempo de criar a tres hijos como si fueras una madre soltera. Tirando del carro tú sola, con todas las consecuencias. Tampoco fuimos de darte muchos disgustos. Ya lo dijiste en el hospital, con mucho, éramos lo mejor que habías hecho en la vida.
Yo era tu Pepito Grillo, así me llamabas. Cuando ibas a hacer algo muy loco me consultabas, menos cuando te tiraste en paracaídas. Ahí preferiste callar hasta última hora no sea que me muriera del disgusto. Lo mismo con tu enfermedad. Le dejaste a tu marido el mal trago de decir que te ibas, y que lo harías rápidamente. Desde ese momento hasta que me tocó avisar a la enfermera porque sabía que se acercaba tu final, intenté no caer en ese vacío inmenso, ese agujero negro que sucede cuando muere alguien a quien quieres tanto como yo a ti, para que no vieras la tristeza profunda que me consumía al saber que te perdía. «No quiero lágrimas» me dijiste. Y lo cumplí.
En el momento exacto de tu partida sentí un hueco en mi pecho enorme. Por algo que no logro descifrar, noté que me arrancaban el corazón pero seguía respirando, caminando. Ahora voy mejor. Mis hijos son la mejor pomada para la tristeza. Yo también creo que ellos son, con mucho, lo mejor que me ha pasado en la vida.
Te echo muchísimo de menos pero eso, como ya me dijiste en el hospital «ya lo sé mi hija, ya lo sé»

