Hoy no pensaba escribir. Me he levantado de un humor de perros porque, más que despertarme, me despiertan a unas horas en que uno básicamente lo que desea es seguir durmiendo. Me he girado en la cama para encarar a mi hijo y darle un beso, y luego le he preguntado que hasta cuando va a querer que me levante con él si ya no me necesita para nada. He notado que se escogía un poco. Lo he mirado con el mal humor pegado en el morro y le he vuelto a preguntar. Entonces se ha replegado de tal manera que ya no se le veían los ojos. Me he levantado de la cama con ganas hasta de llorar.
Luego hemos ido a la cocina y, en un ritual que está establecido, él no pisa la cocina hasta que yo no vacío el lugar donde pongo a secar los cacharros. Entonces lo llamo y él se prepara todo solo. Vuelve al sillón. Ahí podría coger yo las de Villadiego y largarme a mi cama un poco más pero entonces recuerdo que le prometí a mi hija que abriría el queso. Esa es otra. Compra cuñas de queso envasadas al vacío para no molestar las pituitarias de su padre pobrecito, pero no quiere abrirlas porque tiene hipersensibilidad táctil y entonces, para avisarme de que ya quiere comerse un trozo, me pregunta que si yo quiero. Ayer le dije que no. Tengo que sacar el trozo de queso y pelarlo como una fruta porque solo concibe comerlo sin ver ni un atisbo de la cáscara. Luego lo envuelvo en papel de plata porque a su padre el olor lo pone de un humor que raya en la cretinez. Para ellos todo esto es entendible pero yo, a estas alturas, me siento utilizada y abusada y me pongo de un humor muy chungo.
Me he tomado el café en silencio y, cuando definitivamente me dirigía a mi habitación para caer como una croqueta, ella ha abierto la puerta de la suya y me ha dicho que ha dormido de pena. Entonces me ha dado pena a mi y le he dicho que duerma un poco más. A mi salud, mayormente.
Ha llegado su padre que trabajó la tarde-noche de ayer y él, si que si, se ha acostado y duerme como un bendito. Él no conoce de madrugones porque le despierte un hijo desde hace al menos 19 años. Bueno, y que alguno de los críos se ponga malo y aparezca la pesadilla de cualquier padre. Que se toque la salud de un hijo. Entonces sí. Entonces a tope con eso.
Yo lo oigo roncar y un humillo negro comienza a emanar de mi cabeza. Es que sus hijos no lo molestan porque yo soy tonta? o porque les traduzco la vida misma? Ni idea! Lo cierto y verdad es que es agotador. Nada más abrir los ojos y antes incluso de que la cafeína recorra mi cuerpo me preguntan qué vamos a comer y, si por ejemplo, he dicho que haré una ensaladilla con cosas que traje de la casa del sur, aunque tenga que darme un madrugón del carajo mi día está unido a esa comida como si de un tatuaje se tratara y no hay excusas para no hacer lo que dijiste! Que aquí se lleva muy mal no cumplir con lo pactado y los cambios de última hora.
Miro a mi marido. Duerme con la cara semi enterrada en el colchón. Con pijama. En verano. Agosto. Antes se tapaba hasta la barbilla con las sábanas perfectamente encajadas entre el colchón y el somier. Ahora sólo se pone las sábanas hasta la cintura pero en lo demás sigue con la misma manía. Antes hacía yo la cama antes de que él se acostase para que todo fuera más lineal y menos caótico y descansara mejor. Ahora ya me he hecho mayor y me da lo mismo. A él parece que también. Si tuviera esa necesidad lo haría él solito.
Ahora escucho a uno saltar en el salón y a mi hija hablando sola con su móvil. Definitivamente necesito dormir. Aunque solo sea media hora. Total, ya sabemos qué vamos a comer! Así que, hasta ese momento no habrá ninguna otra novedad. O eso espero!


