¿Cuál es el mejor regalo que te han hecho?
Cuando nació mi hija decidí optar por la lactancia materna. Lo hice porque no trabajaba y tenía todo el tiempo del mundo y así estuve unos 6 meses. Luego se hizo evidente que la niña necesitaba comer otras cosas, y pasamos a ello. Cuando terminé, el pecho se me había convertido en un colgajo de piel que no se sujetaba con nada. No podía ponerme bikinis, ni bañadores con un escote que fuera minúsculo, ni una camisa que no se cerrara hasta el cuello porque, además, se notaba muchísimo con un montón de ropas que mi pecho había muerto en la batalla.
Total, que empecé a reunir dinero para operarme y arreglar aquella ecatombe, pero, cuando la niña cumplió los dos años y empezamos con la terapia, los ahorros se fueron con ella. Luego, cuando ya encontré trabajo, empleaba todo lo que tenía en aprender y en ayudarla así que poco o nada se puede dejar para cosas estéticas, que son importantes, si, pero no vitales.
Al cabo de un montón de años, comencé a remontar económicamente y decidí que me operaba financiando la intervención. Pedí cita con el cirujano, que resultó ser un amor de hombre, y fijamos la fecha de la operación. Sólo tenía que pasar unas pruebas y ya.
Entonces mis compañeras de trabajo empiezan a volver de las vacaciones y, con sus conversaciones, caigo en la cuenta que, desde que se fueron, a mi no me ha venido la regla. Me pongo nerviosa pero no mucho. Llevo 7 años intentando volver a ser madre, me queda nada para dejar de escribir a la cigüeña, porque he quedado con mi marido en no seguir en diciembre. Estamos a finales de octubre! No puede ser!
Lo comento en el trabajo y me aconsejan hacerme un test de embarazo antes de ir a la clínica. Lo hago y da positivo. No me lo puedo creer! Voy a trabajar y las compañeras me reciben entre aplausos. No me siento aplaudible. Me escabullo a un sitio tranquilo y llamo para decir que voy a suspender la cirugía porque estoy embarazada. La chica me da la enhorabuena y le doy las gracias.
El niño nace en mayo y en diciembre mi madre me llama para decirme que se ha ganado la lotería. La de Navidad. Estoy en el trabajo y salgo a la calle a dar brincos de alegría como si me hubiera tocado a mi. Entonces me dice que, parte de ese dinero es para pagar la operación. Me pongo a llorar. No puedo creer mi suerte, sobre todo ahora que empezamos a ver problemas en el niño, que creemos nimios pero que serán claves para la detección temprana de su autismo. Y vuelvo a pedir cita y esta vez, si que si, logro operarme. Y mi cabeza, aunque parezca una tontería, comienza a recolocarse. Lo noto ya al día siguiente de la intervención.
Hoy, por estas cosas de que ya vienen los Reyes, ese mismo niño me ha despertado a las 6 y media de la mañana. Él sí que no me regala un minuto de sueño. Pero está efervescente y debo entender que, el que te pongan regalos debajo de un árbol de Navidad comprado en un chino no pasa todos los días.
Espero que su emoción sea igual que la de mi hermana la mañana del día de Reyes, que me despertaba a unas horas indecentes para abrir los regalos. Creo que eso fue un buen entrenamiento para esta maternidad atípica por la que transito. Despertarme a una hora donde no ha amanecido, poner cara de sorpresa al encontrar los regalos que he empaquetado yo, pedirle que los abra y decirle que no abra los de su hermana a la que no recuerda en cuanto a regalos se trata.
Luego me arrastraré hasta la cocina a por un café y, mientras cruzo los brazos, recordaré a mi madre y su regalo. El mejor regalo de mi vida. Poder volver a vestirme como a mi me gusta. Y quitarme complejos. Si. Eso también!