¿Qué es de lo que más te quejas?
Mi queja empieza y termina en un haber estado 36 años de mi vida con alguien, quererle, respetarle, darle dos hijos, habernos acompañado en la enfermedad, yo más a él que él a mi, supongo que porque se hizo común que me tirara en la cama por mis migrañas con demasiada frecuencia, y ahora tratarnos como si fuéramos perfectos desconocidos.
Empezamos nuestro recorrido cuando entre los dos sumábamos medio euro de riqueza. Dos jóvenes pelados de dinero, con muchas ganas de salir de aquel estado. Luego me aparté para darle tiempo a los estudios de sus oposiciones, y luego llegaron, casi seguido, su aprobado la boda y los hijos. En todos estos años de pelear por salir de los atolladeros de la vida, respeté sus manías, su pulsión de no tirar ni un papel, de llenar una habitación entera con sus cosas, como si fuera un trastero, el que su madre me haya considerado persona non grata en la vida de una familia que se creen aristócratas o algo así y, que, en cuanto escarbas un poco, ese barniz oculta los mismos defectos que en los demás hogares.
Luego llegó el terremoto de la pandemia y, con ella, parte de mi entramado psicológico se fue a tomar viento. No sabía de dónde venía la historia, igual que cuando hueles a quemado y andas por la casa olisqueando por si las moscas, yo sabía que algo no cuadraba, pero no precisaba el qué.
Primero pensé que era mi trabajo, pero cambié de oficina al aprobar mis oposiciones y seguí sintiendo que algo no iba. Luego, mis sospechas se fueron a la pérdida de mi madre. No. Tal vez fuera la angustia de tener dos hijos autistas…tampoco. Luego llegaron las amistades, la gente que se preocupaba por mi, la que me decía las cosas que hacía bien y no siempre las que hacía mal. La gente que no me faltaba el respeto. Que al cruzarse conmigo en un pasillo no hiciera como si todos los años que nos conocemos tuvieran un valor menor a cero. Llegó la terapia psicológica, mi Elena, que pone en una visión objetiva las tormentas por las que ha transitado mi vida, y, con ella, un día, miré a mi alrededor y descubrí que hacía tiempo que mi marido y yo no caminábamos uno junto al otro. Al pararme, tuve que hacer un esfuerzo por ver dónde andaba él. Puse mis manos de vicera y, a lo lejos, lo vi alejarse sin mirar atrás. Sin preocuparle ya si yo le seguía. Y me puse triste. Y abrí la boca para gritar su nombre para que me mirara y me viera una última vez. Para que sintiera que tal vez, alejarse de mi no iba a ser una buena idea. Pero ya él no escuchaba. Y me acordé, no sé porqué, de los versos de Machado: «caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar». Y eso será todo. Ya no volveremos a tropezar en la vida porque ambos dos hemos decidido que no vamos a volver sobre nuestros pasos. Buen viaje chico! Te deseo toda la suerte! Seguro que tú a mi no, pero, es que, ahí, en no tener rencor a alguien a quien he querido tanto, te gano por goleada. Lo dicho, que seas muy feliz, tanto como lo que merezco yo misma. Nos vemos si eso en Avatar.