Hoy voy a hablar de lo que me ha servido practicar esa palabra durante toda mi vida. Siempre he pensado, no tires la toalla, tal vez en un futuro que aún eres incapaz de ver pero que está ahí, conseguirás esto por lo que hoy suspiras. Me pasó con el trabajo. Quería conseguir uno que me diera la oportunidad, no solo de llegar andando, que, para algunas cuestiones de tipo logístico, tipo salir corriendo porque alguno de mis hij@s, enfermo, se ha puesto peor y lo he tenido que llevar a urgencias, o porque, incluso, en la media hora que me dan para el café me da tiempo de recoger mi habitación o poner una lavadora, cosas que luego no puedo hacer por las tardes, muchas veces porque estoy súper ocupada con terapias, deberes, preparaciones de exámenes…
Bueno, pues al grano, que me encanta irme por las ramas. Esta semana he descubierto que, gracias a la constancia estoy dejando atrás el haber trabajado toda mi vida laboral en algo que poco tiene que ver con mi labor actual. Tener que aprender y deconstruirme a estas alturas de mi vida lo consideraba un pico más alto que el Everest. Pero no. Ha llegado. Sigo metiendo la pata en algunas cosas, sobre todo en lo que se refiere a los juicios, pero bueno, también tiene que ver con que el juez quiere que uno esté en la sala como Campanilla, la de Peter Pan. haciéndolo todo grácilmente. Sin hacer ruido y de forma rápida. Y chico, qué quieres que te diga, no he sido así jamás en la vida. Ahora pretendo ascender para hacer algo a lo que tampoco estoy acostumbrada. Gestionar una mesa e ir empujando y sacando lo que, en verdad, es algo que afecta a la vida de una persona que espera que seas lo suficientemente eficaz para resolver su problema de manera rápida.
También, por la constancia, hemos aprobado mi hijo y yo la segunda evaluación. Que me ha dejado derrotada a la enésima potencia, es cierto. Pero que nos hemos quitado de arriba una evaluación que es pesada, larga, tediosa, también. Hemos suspendido francés. Pero claro, teniendo en cuenta que su profesora ni siquiera daba la fecha de sus exámenes en la aplicación del cole, pues el resultado solo puede ser el que es. Suspenso.
Otra cosa ha sido mi hija. Esta semana mi marido se ha ido de acampada con un compañero, y aquí nos quedamos ella y yo. Me dijo que si podía hacer unas lentejas para comer y le dije que si. Yo pensé, aunque estén duras como piedras voy a comerlas y a decirle que le han quedado superiores. Pero resulta que no ha hecho falta mentir. Estaban superiores de verdad!. Y mientras las paladeaba, pensaba en el principio del todo. El dolor que sentía cuando ella era pequeña porque notaba que sufría una barbaridad por no poder comunicarse con los demás. Sus terribles silencios, impuestos por su autismo, en los que yo salía corriendo por toda la casa intentando encontrarla, generalmente en alguna situación tremenda. Como cuando me la encontré en el alféizar de la ventana. Con las piernas dando a la calle. Mirando los dos pisos de altura que la separaban del suelo. Mientras recordaba eso, recordaba también que, el haber llegado a las lentejas ha sido producto de mucho trabajo. De constancia. Sé que, a veces, es mucho más fácil decirlo que hacerlo, pero también es verdad que, sin ella, hoy día, mi hija no estaría cogiendo fuerza en sus alas para volar del nido en cualquier momento. Y por eso le agradezco. Por todo.