¿Qué te apasiona?
Anoche soñé que mi hijo no era autista. Estoy convencida de que esto es así porque su forma de hablarme, de mirarme, no era la que veo cada día. Era distinto. Con un empaque de madurez que no tiene por su alto tdah, que deja su prefrontal vendido ante las vicisitudes de la vida diaria.
Lo peor es que, junto a él, estaba el niño autista. Quieto. Como a un muñeco al que se le han acabado las pilas. Estaba frente a un plato de comida ya vacío, mientras yo advertía al que me miraba de frente que tuviera cuidado con él, no fuera a hacerle algo.
Lo más curioso, si a este sueño se le puede tildar de curioso, es que mi hijo es cero violencia, cero agresivo, nunca ha tenido una crisis, también porque uno ya sabe que la anticipación es un plus de calidad para su vida, y me ha dejado muy mal sabor de boca. Si algo me apasiona en la vida es ver lo maravillosas personas que son mis hijos. Son algo fuera de serie. Por eso me ha molestado que mi cerebro se haya comportado como una inteligencia artificial y me haya dado la imagen de otro niño que jamás he pedido. La mente humana es así y se resetea en forma de sueños absurdos.
Al acompañarlo al cole, le fui anticipando el cambio de horas y de días en las terapia, luego le he dicho que ya le queda poco para acabar el curso, y sonriendo me ha dicho que se me ha olvidado darle la medicación. Le he dicho que tampoco era necesaria ya a estas alturas, y, sonriendo me ha dicho: «Qué bien! Hoy toca paella en el cole!» Lo dice porque la medicación le impide tener hambre y claro, hoy va a hacerle el amor a su plato de paella, y se lo va a comer muy a gusto.
Me he despedido de él con un te quiero más sentido que otras veces. Que no se le olvide nunca, que no se me olvide nunca que en ese metro y medio de ser humano habita todo el amor que se merece. El mío propio y de quien se molesta en conocerlo como es realmente. De quien lo ama incondicionalmente.