Describe un hábito que te aporte felicidad.
El hábito que me aporta felicidad es estar con mis hijos. Pero no lo digo como otras mujeres, li qui mi ipirti filicidid is istir quin mis hijis, y luego les jodo la vida de mil maneras distintas y crueles, que ayer estuve hablando con una damnificada por este tipo de situaciones, y me dio una pena infinita decirle que su madre era una tóxica. Cuando nos ponemos a querer buscar críos, deberíamos pasar un test para que nos habilite en la paternidad. Nos ahorramos un montón de traumas en adultos, la verdad.
Ayer pensaba bajar al sur de la isla y quedarme este fin de semana en la otra casa. Vienen, si los astros se alinean por fin, a ponerme la fibra para Internet y seguridad. La casa merece el esfuerzo económico. No porque sea una mansión, no, es porque mi madre amaba cada uno de los rincones de este lugar. Honrarás a tu padre y a tu madre, dicen. A mi padre no ha podido ser pero si a ella. Demos un poco de tranquilidad a una vivienda que no cuenta con una dueña que la ame como la anterior.
Lo cierto es que lo hablé con mi marido y le pareció bien. Luego se fue de comida con los compañeros y olvidó hasta su nombre. Estuve esperando hasta que llegaron las ocho de la tarde y me dirigí sola a la parada de la guagua arrastrando los pies. Sin mis hijos. No puedo pedirle al enano que se coma un viaje de dos horas. Aún no. Con un humor negro y un desánimo de caerme al suelo, llamé a mi casa una última vez por ver si mi marido había llegado. Al colgar veo el coche azul enfilar la recta donde se encuentra la parada. Le hago señas. Me ve. Se para. Me subo. Qué pasa? Me pregunta. «Qué pasa con qué? Te has olvidado de lo que íbamos a hacer!
Total que me baja al sur. Llamé a mi hija y ya preparaba la cena. No puedes decirle que lo deje y que se venga contigo así de repente. Lo respeto y me aguanto las ganas de gritar de impotencia.
He pasado una noche de mierda. He soñado mil ridiculeces. Encima ayer mi hijo tuvo un episodio de migraña, y mi cerebro decidió ponerlo en mis sueños en forma de niño entubado y hecho polvo. Una alegría. Me he levantado arrastrándome y pidiendo un café por señas.
Me he dirigido al jardín, he abierto la llave del agua y he comenzado a quitar el polvo y a regar las plantas. Luego he imaginado a mi hijo mañana desayunando en la terraza, a mi hija riendo porque la he pillado viendo una serie, y entonces mi mal humor se ha ido deshaciendo y, junto con el agua, se ha esfumado por el desagüe.