¿Cuáles son tus tipos favoritos de comida?
Se levantó esa mañana muy temprano, para meterse entre fogones cuanto antes. Hoy tendrían una comida familiar de esas que suceden cada mucho tiempo, reuniendo a su familia y a la de su marido a la vez. Él era el artífice de la reunión, el que lo había organizado todo. Llevaban ellos dos un tiempo largo en el que, la pasión, la intimidad, el hablar de cosas que no tuvieran que ver con sus hijos, habían cogido la puerta del hogar y se habían marchado, cansadas de que nadie diera aire a las últimas brasas para volver a avivar el fuego del amor. Era el aniversario de su boda. ¡25 años ya! ¡Bodas de plata!
Había decidido hacer una receta que hacía en los primeros años de su matrimonio, cuando su marido, después de volver del trabajo, ponía en sus manos un pequeño detalle en forma de ramillete, notas de amor, o cualquier cosa bonita que viera en los escaparates de las tiendas por las que pasaba antes de llegar a casa. De eso solo quedaba un beso frío y rápido, antes de subir corriendo para asearse antes de la cena. Saludo a los niños, retirarse a leer. Dormir. Y lo mismo al día siguiente.
Suspiró, miró al jardín que bordeaba su vivienda, y comenzó a cortar verduras. Como ya había supuesto, la labor le llevó toda la mañana, pero estaba satisfecha con el resultado y quería que fuera un día gozoso para todos, alrededor de aquella mesa grande, que daba idea de lo numerosa que iba a ser la reunión.
Antes de que llegaran los invitados, decidió darle a probar la comida a su marido, para ver si aún era capaz de recordar lo mucho que se amaban cuando la mesa en la que comían era solo para dos. «¿Te gusta? -le preguntó. Él puso una cara rara, parecía querer escupir lo que tenía en la boca. Mal presagio ese. Le contestó que sí, y fueron a recibir a los invitados que empezaron a llegar en ese momento.
La comida fue todo un éxito. Su madre le dijo que era de lo mejorcito que había hecho nunca y la familia de su marido afirmó que iban a salir rodando de la vivienda. Hubieron risas, sorpresas, noticias buenas e inesperadas, y sobre todo mucho amor.
Los niños se fueron a jugar por el jardín y su marido decidió dar un pequeño paseo antes del café. Ella le siguió y se puso a su lado. Podían ver a sus hijos correteando con sus primos y sus caras de felicidad. Aunque solo fuera por eso, todo había valido la pena. En esas estaba, cuando le llegó un aroma a jazmín que venía de su marido. Se giró, y se encontró con que le había hecho un ramillete con el que tenían plantado en el jardín.
Lo miró, y lo oyó decir: «se me había olvidado la persona maravillosa que eres. He estado tan ensimismado con mi trabajo y con los niños que he dejado de tenerte en cuenta. Espero que perdones todos los momentos de soledad que has debido vivir estos dos últimos años».
Se abrazaron en silencio, recordando cada uno cómo era el cuerpo del otro. El alma del otro. ¡Había tanto por lo que hacer memoria!
La hora del café pasó y, la familia, al verlos en aquel momento de intimidad, se fue marchando sin hacer ruido, llevándose a los pequeños para que pasaran la noche fuera de casa. Mientras ellos permanecían allí, reconstruyendo sus vidas. Reconstruyendo el amor. En silencio. Abrazados.