¿Cuál ha sido el mejor consejo que te han dado?
Difícil decir cuál ha sido el mejor. Quizás, el que me dió mi madre, cuando me dijo que, aprender sobre autismo no era derrochar el dinero sino todo lo contrario, una inversión. Y es cierto que ha sido así. Desde que hice el máster (ese que no pude acabar) las cosas en casa van bastante mejor y el niño ha salvado los muebles durante el verano.
Me explico. Mi hijo tiene un potente tdah que hace que, durante los meses de verano, todo lo aprendido durante el curso, hasta lo más elemental, desaparezca como un azucarillo en un vaso de agua. Este año eso no ha sido así. Esto gracias a su padre, las cosas como son, que lo ha puesto a trabajar cosas sencillas de matemáticas y de lengua.
Respecto de su parte autista, aunque yo creo que él está dotado de un cerebro diferente que hace que sea enteramente autista, también hemos conseguido que no aparezcan las rigideces, que es lo que suele ocurrir en verano, con las vacaciones. Si descuidamos la parte de la anticipación, de avisar qué viene dentro de un rato, haremos que pelee panza arriba como un gato cabreado, protegiéndose de la ansiedad que le provoca que, a cada rato se mueva su mundo de una manera distinta. Eso ocurre cuando acaban las clases, se acaban las rutinas. Luego, su terapeuta se va de vacaciones, cosa lógica por otra parte porque la muchacha no es ningún robot, y entonces nos quedamos a la deriva. Como un astronauta en el espacio exterior, unido solo por una cuerda para no irse a tomar por saco. En este caso, el cabo que lo une a la Tierra, a estar cuerdo, es la familia. Si ella se pone en modo vacaciones también, cuando se vuelve a la «normalidad» descubres a un muchacho lleno de ansiedad, desregulado y con muchas ganas de que se le respete eso que, sin con lo que no hubiera pasado durante el verano, habría hecho que sufriera una crisis.
Y ahí he estado yo. Haciéndole de cicerone del mundo. Explicándole desde el día anterior qué iba a suceder el siguiente. Incluso, qué íbamos a comer. Y que, si eso no ocurría de esa forma, haríamos un plan b que también le explicaba. Y ha funcionado. No ha sido perfecto, porque salíamos y aleteaba las manos en un intento de bajar su ansiedad, pero no ha sido terrible. No lo he visto pasar ningún mal momento. No ha tenido ninguna crisis. Además, hemos procedido a darle pequeños encargos de independencia, como por ejemplo, salir a comprar. Una sola cosa, cierto, pero ya sabemos que, en algunas circunstancias eso puede ser como adentrarse en un bosque mágico que fuera cambiando la ubicación de su flora a cada paso. Angustiante. La primera vez, fue su hermana detrás, por si necesitaba ayuda, la siguiente, se fue solo, porque su hermana no quiso acompañarlo. Ella también debe luchar contra sus propios bosques mágicos y eso se debe respetar como todo lo demás. La cosa es que tardó más de la cuenta, y, empezó a decirme que si no estaba preocupada, que si no iba a echar un vistazo, y le dije que no. Que le había dicho a su hermano que confiaba en él, y que, si se producía alguna situación de emergencia, el supermercado está en la esquina de nuestro edificio (como a un océano de distancia para alguien que explora el mundo por primera vez solo) y que yo sabía que lo iba a hacer bien.
Cuando volvió a casa, al abrir la puerta, lo esperamos todos para aplaudir su azaña. Nos lanzó una sonrisa de esas que te iluminan toda la casa, y le hice una foto con la bolsa de pasta que fue la adquisición de esa tarde. Entonces caí en la cuenta de lo mucho que habíamos caminado para llegar a ese momento. Un momento que, para muchos padres, es algo que forma parte de la rutina, de su día a día. Algo normal. Nosotros habíamos puesto una pica en Flandes, habíamos ido por el desierto con tan solo una cantimplora, y lo habíamos conseguido atravesar. Queda mucho muchísimo por hacer. Pero todo será poquito a poco. Un pasito detrás del otro.