Si tuvieras un millón de dólares para regalar, ¿a quién se los darías?
Jugaba él con la máquina tragaperras, pensando en qué haría si le tocara el bote de un millón que daba aquél cacharro, con aquella música machacona, que sonaba bien alto, para atraer con ella a hombres como nuestro personaje. Él se limitaba a poner monedas por la ranura, apretar los botones, comprobar la jugada y vuelta otra vez de nuevo.
Qué haría con aquel millón? Qué sentiría si lo ganara? Entonces, cuando ya no esperaba nada, la máquina comenzó a hacer un ruido ensordecedor mientras él la miraba asombrado esperando no sé qué del aparatejo.
Mientras la música sonaba, se vio rodeado de curiosos, primero, y del personal del casino después. Montaron enseguida una fiesta en su honor y le dieron un gran cheque con la cantidad del bote impresa en él. Y algo de alcohol. Champán del bueno. La ocasión lo merecía.
Cuando todo terminó, cuando salió del casino llevado por una limusina propiedad del mismo, y que le pusieron como cortesía de la casa, comenzó a sentir de nuevo el vacío y la soledad de su día a día, eso, a pesar de estar algo achispado por el alcohol. Mientras pensaba en ello, y cuando aún podía ver las luces del casino a través del cristal del coche, decidió que, al día siguiente volvería a la misma máquina, a su música machacona, a sus pulsadores, para ver si así acallaba las voces de su interior. Esas que hablaban cuando se alejaba de SU máquina.