¿Cuáles son tus dos prendas favoritas?
Cuando mi madre falleció, su marido, que le llevaba 20 añazos, se quedó solo en una casa enorme, llena de cosas que mi madre había hecho o comprado para decorarla. Se le daban bien las manualidades, el ganchillo era una de ellas, y, como te quedaras un poco quieto te hacía un tapetito y te lo ponía de sombrero.
Al entrar a la vivienda, en el salón, hay una foto enorme de mi madre y de él, creo que de uno de los cruceros que se hicieron. La verdad es que no pudo disfrutar más de la vida porque se le acabó el tiempo.
Total, que, encima, mi madre era de estas mujeres a las que les ENCANTA la ropa. Tal cual. Con mayúsculas. Podría ponerlo en negrita y subrayado y no sé si alcanzaría. Su armario ocupaba, en primer lugar, el del dormitorio de matrimonio. La mitad. Luego extendió sus dominios y se hizo con otro armario en el cuarto de la plancha que era como su vestidor. Tenía hasta un espejo de cuerpo entero. Luego, se independizó mi hermano, y mi madre ocupó su cuarto también. Todo. Hasta el mueble que tenía el televisor debajo. Por si no quedaba solo con eso, también tenía, en la habitación en la que yo dormía cuando iba de vacaciones, más ropa.
Cuando me iba de viaje, llevaba una maleta con lo indispensable y otra vacía y ella me las rellenaba de cosas que ya no se ponía. Imaginen lo que fue vaciar sus armarios. Cuando estaba en el hospital, me pidió que me llevara cosas a mi casa. Lo que quisiera. Le dije que no. Me parecía de muy mal gusto. Pero…me pidió como indispensable para estar tranquila dos cosas. Que fuera a su casa y cogiera de su armario unos zapatos, y me dijo que eligiera de sus joyas lo que quería.
Los zapatos eran unos Manolo Blanik de tacón, veraniegos, elegantes, con los que se veía claramente que sería incapaz de caminar. Eran todo lo opuesto a mi. Como si le dijeran al sol que abrazara el invierno. Total que los cogí y se los llevé al hospital. Los zapatos se los compró cuando se ganó un premio en la lotería. Mi madre creía muy fuertemente en el poder de la atracción y ella estaba convencida de que, si pensabas en un futuro viviendo las circunstancias que deseabas vivir, la vida te lo otorgaba. Y así fue con los tacones aquellos. Su cara en el hospital al verlos, fue una suerte de despedida, de hacerles saber que los dejaba en mis manos por causas ajenas a su voluntad, que ella los hubiera usado para otro crucero, otro baile, otra cena…pero que la vida le había dicho que se había acabado toda la diversión. Tal vez porque ya entraba en una edad en la que, a lo mejor, no hubiera podido disfrutarlo como merecía. Nunca lo sabremos.
La joya que me elegí fue un colgante que pone mamá en varios idiomas. Con un colgante sencillo. Nada de oro por todas partes. Discreto. Eso me pegaba más. Mamá oca me decía ella. Seguramente.
Los zapatos no me los he puesto nunca, pero tengo pensado rebajarles el tacón para disfrutarlos en mi próximo cumpleaños. O no. Da igual. Los tengo porque son el recuerdo constante de que, a fuerza de pedirlo, a veces, el cosmos, te es favorable y decide darte una alegría para el cuerpo. Me gusta tomar para mí esa idea.
El collar si me lo pongo. Cuando estoy muy de bajón o cuando estoy pasando por un mal momento me gusta sentirla cerca de mi. Acaricio el colgante y recuerdo que la maternidad es una de las cosas que hacen que me mantenga de pie frente a las adversidades. Como le sucedió a ella y antes que a ella a su madre, y, antes que a su madre, a su abuela…y así hasta el principio de los tiempos.