¿Se te da bien conocer a la gente?
Para empezar, y por romper el hielo, te deseo lector/a que lees esto, que, si juegas a la lotería, ganes. Hay quien dice que eso es una trampa y que no toca ni al tato, que si las estadísticas…nada. Tú ni caso. De perfil. Como la Nefertitis. Eso decía mi madre cuando a mi se me ocurría hacer alguna «locura» del tipo creer en la magia. Ese tipo de locura infantil, naif, pero que tú seguías como un perrillo alocado y joven detrás de algún juguete. Mi madre se llevó dos premios, uno de ellos el gordo. Y solo puedo decir una cosa. Ese dinero le permitió viajar, hacer algunos arreglos en su casa, y disfrutar de la vida hasta que le tocó partir. Así que si te ilusiona jugar, aunque sea un número compartido, hazlo.
Siempre me enrollo. La pregunta. Se me da bien? Me temo que si. Estuve trabajando 13 años dando información, en una ventanilla de la que no me podía mover, muchas veces sola, sin turnos. Ni para el baño a hacer pis. En los últimos años, entraba alguien, y, antes de pasar el control de seguridad, giraba la cabeza y llamaba al funcionario o a la funcionaria de turno avisándole que había llegado su cita. Era la mentalista del curro. Adivinar qué querían antes que nadie era para mi un modo de supervivencia laboral. Así tenía menos gente haciendo cola. Y, durante esos 13 años, las colas fueron épicas.
Pero he de decir una cosa. Hay gente por ahí, con cara de ser gente noble, gente que si tuvieras que apostar serían tus caballos ganadores y a los que les dejarías algo muy importante para ti a su cobijo y estarías cometiendo el mayor error de tu vida. «No parece, por su cara, ser capaz de algo así» «No me creo nada de lo que ella/él dice, lo han manipulado para que cuente algo tan horrible de ese ser de luz». Lo peor de todo es que he visto manifestaciones a favor de esta gentuza siendo la víctima un niño/a. Como si fuera fácil siquiera detectar el delito para los padres. Pasas por un reconocimiento médico y, como generalmente hay lesiones, se pone en el punto de mira a la familia, que suele ser donde esos bichos están localizados. O no! Luego tiene que pasar la víctima por narrar su calvario a sus padres, que se tiran manos a la cabeza mientras calculan la gravedad del crimen. A tu hijo/a!! Después pasas a contarlo a la policía, a un fiscal, a un juez, en el juicio, que es a puerta cerrada, pero donde suelen haber unos señores vestidos de negro, con más años que un bosque mirándote desde lo alto de unos estrados mientras ponen, o no, al letrado del acusado a raya. Porque todo depende de la credibilidad de tu relato. De que no te salgas nunca del carril. Así lo suele recoger el forense, a quien le tienes que contar qué. Como si no hubieran sido pocas las personas. Eso cuando eres menor, pero cuando eres un adulto, todavía hay que añadirle a todo ello que, la rata de cloaca, suele expandir el rumor de que él y tú, pues bueno, él te rechazó, o le dije que no podía darle el dinero, o lo hace por esto o por lo otro…y el color de la vergüenza pasa de verde claro a verde sapo. Y tienes que enfrentarte a sus palmeros, a su familia, a vuestra familia, en lo que yo llamaría el colofón a un drama.
Lo peor de todo son los casos en que nunca se desenmascara al delincuente, porque le protege la vergüenza de la víctima, que se calla durante años envueltas en culpabilidad. «Si cuentas algo, a quién crees que van a creer a ti o a mi?» Y en ese instante sabes que no tienes una maldita prueba, que esa rata ladina se va a salir con la suya. Y te callas. Y te aguantas. Y soportas incluso crecer compartiendo situaciones y espacios comunes, sin poder creer que tenga derecho a la misma cantidad de aire que tú, que morirá en olor de santidad. Porque todos son Santos. Seres de luz. Hasta que alguien, una víctima a la que lo que le ha hecho ya le arde en la boca, se acerca hasta el agresor y le arranca la careta, el antifaz, el disfraz de cordero.