BUSCANDO AYUDA (PARTE 3)

En nuestra búsqueda de profesionales que dieran respuesta a lo que le pasaba a nuestra hija, surgió la de la visita al oftalmólogo. Si aquello se puede llamar visita!!

Fuimos a un oftalmólogo, o mejor, a una clínica oftalmológica, muy céntrica y con muchas estrellitas actualmente en Google, dadas, claro está por gente adulta a la que le suele importar bien poco cómo te traten porque lo que quieren son resultados y allí, sin duda, los obtienen. En lo que se refiere a niñ@s, no tienen ni idea de cómo tratar a la población infantil. Como nosotros sabíamos, porque nos lo había dicho el neuropediatra, que la niña no era capaz de entender lo que se le decía, (o eso creíamos tod@s) se lo explicamos desde el minuto uno al centro en cuestión, esto es, desde que pedí la cita. Cuando llegamos, nos hicieron esperar lo más grande por esto de que nuestra visita la cubría el seguro, lo que significa que no éramos clientes de pago. Pasaríamos la tarjetita, la compañía les pagaría cuatro chavos y se acabó. Y claro, eso hace que te hagan esperar lo que sea necesario porque, faltaría más, no te vas a poner por delante de alguien que va a pagar quizás 80 euros por la cita. Total, que, nos hicieron pasar a una habitación, y el personaje que nos atendió dijo que tenía que ponerle unas gotas para dilatarle las pupilas. Ahora imagínense ustedes siendo unos extraterrestres, que tienen por experiencia que, las personas de bata blanca, suelen sacar instrumentos con los que se te hace daño (por ejemplo: una aguja). Pongamos también que, les tumba en una camilla con una sábana y les intenta vete tú a saber qué, con sus ojos. Que te habla y no lo entiendes, que, además, notas en su energía un mal rollo que para qué, y que, encima, se sirve de esos humanos que dicen ser tus padres para que le ayuden en su tortura. Acojonante verdad? Cuál sería la reacción de cualquiera? Pues eso hizo ella. Pelear con uñas y dientes por su integridad. Su padre y yo tuvimos que echarnos encima de ella, literalmente, para que le pudiera echar las gotas. Entonces nos dice que saliéramos hasta que aquello hiciera efecto pero que, la cosa pintaba mal porque la niña no cooperaba. Cuando volvimos a entrar, que ya estábamos mega hartos de estar en una sala de espera con más pacientes, todos adultos y con una niña que no se entretenía con absolutamente nada, ella volvió a hacer lo mismo. Pero esta vez, al tercer intento, y, cito palabras textuales: «ella no coopera, así que no podemos hacer nada, lo siento». Y así acabó la visita. Mi hija con las pupilas dilatadas al máximo, despachada por un señor que llevaba lo de atender a la población infantil bajo mínimos. He de decir que años después me operé de cataratas, y, cuando fueron a hacerme lo que a mi hija, vi a un montón de población infantil pasar por lo mismo. Y he de decir que en la seguridad social, esto que nos pasó a nosotros no pasa. Allí se atiende, se tiene toda la paciencia, a pesar de una sala de espera atestada de gente, y hay profesionales como la copa de un pino.

Luego llamamos al siguiente profesional de la lista, y, como mi marido y yo habíamos tenido una discusión de campeonato porque la clínica la había elegido yo y la cosa había acabado fatal, pues le dije que él pidiera cita para los potenciales evocados. LLamó para pedirla, y, cual es mi sorpresa, que la secretaria del doctor, comenzó a decirle a mi marido que, con solo dos años a los niñ@s no se le hacen estas pruebas (mentira), que, uf, encima la niña tendrá que venir sin dormir casi porque tiene que estar tranquila y usted me dice que es movida…en fin. Cuando ya mi marido llevaba un rato al teléfono le grité: «Dile que si lo que no quiere es darte la cita que te lo diga de una puñetera vez y pasamos a otra cosa, pero que deje de vacilarte!!» Y saben qué? Pues que lo hizo. Le dijo a mi marido que, efectivamente, no le iba a dar la cita y colgó. Acojonante eh?? Él y yo lo flipamos en un millón de colores, y con una calma propia de un asesino en serie que dice que va a matarte y cómo va a hacerlo, mi marido me dijo que ya no iba a pedir ni una cita médica más porque la niña no tenía ningún problema físico destacable. Y así, derrotados, cansados, hartos de todo y de todos, nos plantamos en el gabinete psicopedagógico un glorioso 28 de septiembre de 2007. Ese mismo día comenzamos una entrevista con las chicas, ya digo, hartos de contestar cuestionarios que te hacen sentir, porque tú lo percibes así, que eres un desastre en lo que a tratar con tu hij@ se refiere. Te preguntan sobre cosas en las que no te habías fijado, que habías pasado por alto y, cuando ya te exprimen toda la información necesaria, se van con tu peque a hacerle las pruebas que proceden. Mientras esto se producía, nosotros estábamos sentados en un sillón de Ikea, mirando a la puerta donde se podía oír a nuestra hija cantando el cumpleaños feliz y el caracol, col col…y yo solté: «Qué triste este sitio, verdad?» Y mi marido me contestó: «No es triste, tú estás triste que no es lo mismo». Y, en ese momento, una luz que entraba por una claraboya nos cubrió a los dos y nos llenó de un calor que nos hizo presagiar que íbamos por el buen camino. Nos cogimos de la mano y, con un apretón bien fuerte, sentimos que la suerte, quizás estaba cambiando a nuestro favor. No.

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