SER EXTRATERRESTRE Y EMPEZAR EN EL COLEGIO (Primera Parte)

Hace años, en el 2010 o así, se creó en el país una ley que daba como resultado la desaparición de las escuelas infantiles. En ese tiempo, tenías la posibilidad de dejar a tu hij@ en ellas hasta cumplir los 6 años lo que tenía mucha ventaja cuando existía alguna dificultad en el niño o niña, o simplemente porque habían escuelas infantiles bastante mejor preparadas que los colegios públicos para absorver algunas situaciones llamémoslas complicadas.

Pues bien, nuestra niña disfrutó tres años de amor incondicional por parte de l@s profesionales que llevaban la guardería, de un grupo reducido, y de la posibilidad de aprender algunas cosas que, de otra forma hubiera sido imposible en una clase de más de veinte niños. Además, y a pesar de la recomendación de la psicoterapeuta, ya he explicado que yo ya empezaba a tener mi propio criterio y a decir no o si siguiendo mi instinto, de no ponerla en clases de idiomas, pues la apunté. Dije que por probar. En realidad quería demostrar que estaba equivocada en el dianóstico de Trastorno Específico del Lenguaje. Así de claro. Al poco tiempo tanteé a la profesora y ella me dijo lo que yo sospechaba. Mi hija para los idiomas, como para otras muchas cosas, era una fiera. Así que, cuando dijimos adiós a la escuela, no solo nos fuimos llenos de amor, sino llenos de conocimientos y convencimientos.

Luego, tocó pedir colegio, preferiblemente público, por la zona por donde yo trabajaba. Se da la paradoja que esa zona está llena de oficinas de la administración, y quien deja a sus hijos en esos coles, no viven sino que trabajan ahí. Rellené mi formulario de solicitud con la seguridad de que me darían una plaza en alguno de los cuatro o cinco que iba en mi orden de preferencia, teniendo en cuenta además, que a mi me puntuaban como extra, el informe del Centro Base. Bueno, no contaba yo con las trapizondas de la gente y de los propios trabajadores de esos colegios. Si tenías un primo, aunque fuese bedel en el cole, ya tenías puntuación extra (un enchufe como un piano de cola de grande). Así que, para mi estupefacción, no conseguí plaza en ninguno. En la lista había puesto uno que quedaba cerca de mi casa, llevado por unos religiosos y que era concertado. Había que rascarse el bolsillo. Tampoco.

He de decir que ni mi marido ni yo queríamos colegios que fueran llevados por personal de ninguna congregación religiosa. Creíamos que nuestra niña necesitaba muchos pictos y ayudas y poco hablar de espiritualidad. Pero por donde yo vivo hay muchos coles católicos. Más que laicos. Y este me gustó. En fin, que, siendo eliminados en la primera ronda, solo quedaba esperar al criterio de la administración en lo que al futuro de la niña se refería, y cuando la administración habló me dejó en estado de shock. La habían mandado al colegio que estaba frente a mi casa, literalmente, pero que quedaba a más de media hora de mi trabajo. No podía recogerla. Salía antes del cole que yo del curro, así que, a toda prisa, solicitamos el cambio a otro colegio que tenía comedor y que podíamos combinar con el trabajo. Llegaba con la lengua fuera, porque mi carrera era sideral, pero llegaba. El colegio era una maravilla, con unos profesionales como la copa de un pino, un orientador que llamó a la terapeuta por teléfono para decirle que debía modificar su diagnóstico en cuanto entrevistó a la peque, pero llena de críos con problemas producto de vivir en un barrio donde cada edificio es una ciudad en sí misma, donde se mueve la droga y donde en los últimos años ya se han cometido dos asesinatos. Ese era el cuadro.

Imaginen ahora, vivir en un mundo donde apenas consigues entender al de al lado, y ponerte junto a un crío que sabe ya más de la vida que muchos adultos. Un desastre. La cosa empezó pronto. A los pocos días de comenzar las clases, salió llorando porque un crío, en el comedor, le había dado un puñetazo en la boca del estómago. Se había permitido el lujo de levantarse de su asiento, ir a la otra punta del comedor y pegarle así de salvaje sin que ningún adulto interviniera. Y entonces le dije a la del comedor que dónde estaba ella y que si eso se volvía a producir iba a hacer que el infierno le fuera un lugar vacacional maravilloso. Y la cosa paró. En el comedor. Pero allí era costumbre y el idioma que aquellos críos conocían. Le robaban el material, le quitaban el desayuno…cuando el curso terminó, no hacía más que preguntar qué podría hacer si le pegaban a la vuelta de las vacaciones. Estaba literalmente aterrada y necesitaba saber qué solución le dábamos. Y la solución vino por cambiarla de colegio. Su padre, sin decirme nada, se puso a mirar por internet colegios concertados o privados que nos pudiéramos permitir. Descartó los de los idiomas, él era más respetuoso con lo que decía la terapeuta. Descartó los religiosos por lo que ya expliqué arriba, y en los descartes quedó uno en pie.

Había sido en origen un internado y tenía un pasado un poco oscurillo en ese sentido y en otros que mejor no explicar. Pero había otra persona dirigiendo el colegio y estaban saliendo del agujero que le había dado la mala fama que se habían ganado a pulso. Mi marido se les plantó allí ya a punto de comenzar el curso y le enseñaron todas las instalaciones. Le dijeron que la niña estaría en un grupo reducido, ya digo que el colegio pasaba por una muy mala racha, e incluso, dijeron que tenían servicio de transporte para ir y venir a casa desde el minuto uno. Maravilloso. Matriculó a la niña, también sin decírmelo, y, a los pocos días, como les faltaba no recuerdo qué dato, me llamaron a mi móvil. Mi oficina no tenía cobertura, mi móvil era solo un adorno en mi bolsillo, pero había veces que si te parabas en un sitio concreto, se producía la magia y veías que te habían llamado o, como ese día, te saltaba la llamada. -Hola! Buenos días, es usted la madre de..-.Sí, dígame! Y entonces me dijo lo de la matrícula de la niña y me enfadé. Hasta que fui a ver el colegio. Y flipé. Mucho. Aquello era una jodida maravilla. (Seguimos…)


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