VOLVER A EMPEZAR

Tras un diagnóstico más que esperado, decidí hacer para el niño lo mismo que para su hermana. Es decir, llevarlo al neuropediatra como paso previo a la visita al Centro Base. Además, aquí no hay muchos donde elegir, así que fuimos al mismo porque ya conocía a su hermana, aunque a ella solo la vio una vez. No habíamos necesitado ir más. Pues bien, me dio cita, y, como me daba un poco de vergüenza, y porque mi hija, por esa etapa, estaba deprimida y con mucha ansiedad, decidí pedir cita para ambos, lo que constituía un dineral porque por cada visita te cobra casi los cien euros. En fin, que allí nos plantamos los cuatro y, como siempre, se empezó con un largo cuestionario sobre el niño. Fue un gustazo saber que ya tenía más herramientas para hablar de tú a tú a un profesional y que sus preguntas no me cogían, esta vez, con el paso cambiado.

Cuando terminó con el niño, advirtiendo que también era tdah, siguió con la niña. De ella se acordaba. Cómo no! Le había redecorado el despacho en un pis pas, y esas son cosas no se olvidan. Me recomendó un psiquiatra infantil, pero, que, tal y como estábamos llevando el asunto, no creía que fuera necesario.

Cuando llegábamos al final de la visita, mirándonos a todos nos dijo: «Dos hijos autistas! Este es un caso claramente genético!» Y le dije que si. Que yo tenía una prima cuyo hijo era autista, que mi padre era un tío muy raro…y entonces me cortó. «Calle, calle, esto es genético de primer grado de consanguinidad». Y, como si mi marido y yo, que somos funcionarios, no supiéramos qué diablos significaba aquello, continuó. «O es autista usted, o lo es su marido». Chachán!!! Se hizo un silencio súper incómodo, y yo, que siempre ante las cosas muy duras he utilizado el humor, le contesté: «Pues yo no soy, que he llevado el peso de la conversación hasta este momento, así que solo queda una opción». Y miré para mi marido como si estuviese descubriendo a un asesino en una novela de crímenes. Nos echamos a reir, y mi marido contestó: «Bueno, es cierto que de pequeño la gente me decía que era un niño muy raro, pero he conseguido tener una familia, un trabajo, he tenido una vida muy feliz, la verdad». Y era cierto!. Como lo era también que, pensando las cosas en perspectiva, él había sido muy feliz, entre otras cosas, porque iba por la vida como en una bola de cristal que lo rodeaba entero, donde no veía las reacciones de los demás cuando hacía o decía determinadas cosas. Y, sumando dos más dos, supe que era así. Que había estado viviendo en Avatar durante todo este tiempo. Que, cuando salía a trabajar, cuando me iba de comida con los compañeros, me iba al mundo neurotípico. El resto del tiempo, sin necesidad de maquinita, vivía en un mundo neurodivergente, formado por tres personas autistas y por mi. Con razón no había visto las señales de la niña!!. Con razón me decía que su comportamiento era normal!! Y todo me encajó de pronto. Y se me colocó en la garganta. Y allí quedó. Como si tuviera un puñado de cardos en ella, dando un dolor lacerante, una pena inmensa.

Antes de salir, y como si compartiéramos un secreto, el neuropediatra me dijo: «No se ponga usted triste! Los lleva usted muy bien. A todos!! Y todos son mejores y funcionan mejor gracias a usted». Yo no podía ni hablar, pero sonreí y asentí con la cabeza.

Durante un tiempo de pensar muy egoístamente, valoré la idea de divorciarme y salirme de aquel mundo que yo no consideraba propio. Hasta que, en una conversacion con mi madre, ella me preguntó: «Te quieres divorciar de él porque no funciona la cosa, o porque es autista? Si es por lo primero, tienes mi apoyo total. Si es por lo segundo, no. Tus hijos y él son personas maravillosas independientemente de su condición. También vas a divorciarte de tus hijos? Lo que tienes que hacer es lo que has hecho hasta ahora. Quererlos y apoyarlos a tope. Lo demás, son tonterías. Pasa el duelo este, y hazte a la idea cuanto antes». Y así hice.


Deja un comentario