Siempre que pienso en dejar de escribir impresiones sobre mi vida en este blog que no lee ni el tato, bueno, mi hermana si, mi hermana es mi mayor fan y me pide siempre que no lo deje, como digo, siempre que digo se acabó, sucede alguna cosa con la que pienso, vaya! esto no lo he contado! Voy a dejarlo escrito en el blog para no olvidarlo nunca!
Esta vez han sido las vacaciones de primero de diciembre, donde se juntan dos festividades, la Constitución, y el día de la Inmaculada Concepción, en las que los coles te dicen, nos importa un pito si en tu trabajo no hacen puente, nosotros si, y ahí te quedas con los niños. En mi caso me organicé con mi compañera y no acabamos de los pelos, pero imaginen si trabajase, por ejemplo, en un supermercado, que en fiestas suelen estar hasta arriba de gente! Cómo te organizas con los críos? En fín.
Lo cierto y verdad es que nos hemos venido de vacaciones a la casa que nos dejó el marido de mi madre y ella misma a su fallecimiento. Es una casa bien situada y bien tranquila. No tenemos vecinos que molestan, no estamos en un edificio, no debemos compartir espacio vital con nadie. El colmo de la felicidad para un autista. Tranquilidad y cero ruidos. En realidad ya veníamos cuando mi madre vivía. Y yo creo que, más o menos a estas alturas, ella ya hubiera venido por aquí, aunque nunca lo hicimos con mi marido. El compartir el espacio vital con una persona a la que trataba poco le daba como repelús. Siempre ha sido el hombre de poco socializar, qué le vamos a hacer!.
Pues se me ha ocurrido que nunca he contado cómo deben ser nuestras vacaciones. En tres palabras, sin muchos sobresaltos. Es decir, el día antes hacen un planning de lo que harán al día siguiente, si habrá playa, qué comerán (eso para ellos es como algo fundamental) y en pocas palabras, sin pictogramas, ya tienes establecido lo que sucederá. Como ejemplo, anoche salimos a comer una hamburguesa a un sitio hindú. Cambiando un momento de tema, es muy gracioso como ninguno de ellos, mirando a la familia dueña del restaurante que teníamos al lado, sacó la nacionalidad de origen de la familia. Ni sus rasgos, ni sus cabellos negro azulado fue una pista. Tampoco lo fue el hecho de que pusieran unas especias típicas de su país, y yo todo el rato explicando «son hindúes!!» Y ellos me respondían con un, «eres una juzgadora» (no sé que diablos tiene que ver con ser observadora y decir la nacionalidad de alguien con juzgarla) o un, «no lo tengo yo tan claro». Allí solo faltaban los saris, pero nada, que no. Vinieron a caer en la cuenta porque todas las hamburguesas estaban hechas de carne de pollo, nada de ternera. Entonces si que si que eran hindúes!
En fin, que me estaba comiendo aquella hamburguesa que parecía carne de diplodocus y que ya acariciaba mi píloro (he dormido con dolor de estómago por la contundencia de la cena) mientras mi marido y mi hija comentaban que hoy noche volveríamos de nuevo, y cuántas piezas de pollo se iban a pedir para cada uno, y de cómo lo iban a añadir al resto del menú. Yo estaba a punto de caerme de la silla muerta mientras ellos seguían hablando de eso y tomando nota mental de cómo sería el pedido. Al final la familia dueña del restaurante comenzó a mirarnos con esa mirada que dice, qué familia más rara esa, mientras yo les echaba unas miradas fulminantes y que mi familia ignoraba por completo.
Para terminar la salida, mi hija le dijo a mi hijo que no le hablara que quería escuchar la canción de Ariana Grande que salía por el hilo musical. Le pregunté: «Qué canción?» Y me contestó: «No la escuchas?» Pues mira, con el bullicio de la gente que pasaba por delante del puesto, el ruido de la cocina, de las conversaciones de ellos mismos, yo no oía un pito. Y, para darme a entender que solo me pasaba a mi, mi hijo se levantó, y se puso a bailar en medio de las mesas. Me puse a recoger las cosas y seguí lanzando miradas de, «y usted qué mira?» a los de al lado, todo ello mientras pensaba que salir con la familia es hacerlo a sabiendas que ellos estarán dentro de una especie de bola de navidad gigante que hace que no les afecte ni se fijen en lo que sucede a su alrededor.
Esta tarde, sobre las cuatro, iremos a la playa. En estas fechas, aunque el Atlántico tiene el agua que parece la de una nevera, se puede uno dar un chapuzón porque el tiempo lo permite. Nosotros vamos a una playa que es artificial. Lo cual tiene todas las ventajas. La primera de ellas, siempre está igual. Nunca veremos ahí a una ola gigante que se lleve la sombrilla o la toalla de nadie. El agua ahí siempre está como un plato. Con el cambio de la marea, lo único que uno nota es que el agua llega un poco más arriba en la arena que cuando está la marea baja. Y se acabó. Antes, cuando íbamos con mi madre, compraba helados para mis hijos y para ella. A veces yo me tomaba uno, o me pillaba un café porque estar con mis hijos sola de vacaciones puede ser agotador hasta el punto de necesitar cafeína en un día de playa de treinta y muchos grados centígrados. Y a mis hijos les encantaba esa rutina. Pero ha sido morir mi madre y, como ni mi marido ni yo llevamos un céntimo a la playa por si a alguien amigo de lo ajeno nos lo quita, pues la rutina esa murió con ella. Aquí se planifica hasta lo que sucederá en la playa. «Esta tarde iremos a las boyas nadando y….» o, «Esta tarde iremos nadando hasta las escaleras y…» y una vez negociado todo lo que se refiere a juego y a nadar y la madre del cordero, y cerrado el trato, parten como veloces gacelas hacia la playa. Y qué pienso yo? Pues que hagan lo que quieran! A veces me aburro como una mona porque no suelo hablar con ellos porque, a veces sus conversaciones incluyen las mismas frases y las mismas respuestas. Yo dejo volar mi imaginación y comienzo a crear historias sobre los que están tendidos junto a mi. Serán unos asesinos a sueldo que pasan unas vacaciones en uno de los muchos hoteles de tropecientas estrellas que rodean la playa? Y cuando me doy cuenta, a caído el sol. También saco muchas fotos con mi móvil. Fotos del paisaje. No selfies que, a mis 53, tengo que utilizar el filtro belleza si no quiero que se me note lo muy cansada que estoy siempre.
Y hasta aquí lo que quería contar. Hoy se ha alineado en que la tablet estaba en el salón de la planta baja y el teclado de la tablet también. (Si, escribo con la tablet porque me acostumbré mucho a ella en la pandemia y se ha convertido en parte de mi brazo derecho) Los planetas han sido favorables para que yo escribiera y para que decidiera plasmar la historia de mi día a día de estos festivos aquí. Para que conste. Para mi recuerdo. Para mi.