Las Fiestas Navideñas

Odio estas fiestas profundamente. Sumar al duelo del fallecimiento de mi madre a un, tenemos que ser felices porque las fiestas lo requieren, es de una presión inmensa. A todo ello hay que sumar que, no sé si a consecuencia de las prisas, del estrés, de tener todo preparado para la Nochebuena, aquí el tráfico da ya tintes de tragicomedia. Atascos enormes, un montón de gente por las calles, ni un sitio donde sentarte a coger resuello…todo aderezado con unas luces que pone el ayuntamiento, más la de algunas ventanas particulares, y aquí hago un inciso, luces si, ambiente de puticlub, no gracias, y unos villancicos que te soplan el cogote allí donde entras, «arre borriquillo, arre burro arre, anda más deprisa que llegamos tarde», y que pone en perspectiva exactamente lo que estás haciendo, cargar como una burra a toda prisa para no llegar tarde vete tú a saber dónde.

Y a qué viene todo este rollo? Pues que prácticamente vivo enclaustrada todas estas fiestas en casa porque soy incapaz de ir a las zonas comerciales con mi marido y mis hijos. Si encima, el equipo de la isla tiene partido ese fin de semana que te da por ir a comprar, te puedes encontrar con un tapón brutal. Una vez, hace ya unos años, nos quedamos tan atrapados, que decidimos volver a entrar al centro y dar otro paseo de más de una hora hasta que aquello amainara. Tremendo. Mis hijos gritaban dentro del coche como si los estuviésemos matando. Menos mal, que pudimos reconducir la situación y acabar todos tranquilos!

Le sumamos a todo ello los colegios. En este momento, y hasta el día 22, están ensayando un villancico que cantarán en el cole para padres y demás hierbas, lo que interrumpe la actividad lectiva normal. Así que nos encontramos con un niño de 10 años, autista y con una hiperactividad potente, saltando como si no hubiera un mañana y que deseara escapar saltando hacia el sol y quedarse allí hasta que todo esto pase. Luego, claro, las vacaciones! Muchos padres llevan a sus hijos a ver Belenes a otros lugares de la isla, a lo que mi marido me dice siempre que no. Así que, solo puedo verlos en las fotos que cuelgan los amigos en las redes sociales compartiendo lo que a veces creo que es una felicidad más falsa que un euro de latón.

Luego está el tema de los regalos. Mi hijo otros años ha pedido juguetes en los que me he tenido que recorrer toda la ciudad en bus porque, como digo, mi marido se planta en un, a mi no me mueves de aquí si no es estrictamente necesario, esto es, pillar comida, y me veo apretujada por un montón de seres humanos, que, a su vez llevan unos paquetes igual de enormes que los tuyos y que te clavan en las costillas sin piedad. Un año, sentí que el bolso me pesaba cada vez más, y al mirar para ver qué pasaba, me veo con una mano que buscaba lo que debía ser mi monedero. Levanté la vista y, mientras él ponía cara de no sé qué miras, retiré y cerré de nuevo el bolso. Esa es otra, los amigos de lo ajeno, en estas fiestas son como un adorno navideño más.

El colofón llegará el 24 de diciembre. Comida con la suegra y el cuñado de esta que escribe. Me espera, eso sí, una comida deliciosa que preparará mi marido, y que comeremos mientras el hermano de mi marido va haciendo comentarios propios de un cuñado que es, y mi hija va mutando su cara a verde del asco con el que los recibe, todo ello aderezado con mis patadas por debajo de la mesa para que no se le ocurra abrir la boca y formar la mundial. Yo recogeré luego la cocina y fregaré un millón de cacharros en pro de la paz y el amor. Me planteo ir en chándal o en leggins para la ocasión.

He pedido la semana próxima de vacaciones. Tengo tutoría con el profesor del niño y el viernes su actuación. Todo ello aderezado con, voy a ver qué diablos puede gustarle al encontrarlo debajo del árbol. En fin, deseadme suerte como yo se la deseo a todo aquel que se medio vea en estas tesituras. Fin.


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