LO MÁS ANTIGUO

¿Qué es lo más antiguo que sigues utilizando hoy?

Hoy me he levantado un tanto tristona y de mal humor. Tengo a gente a la que aprecio pasando por un muy mal momento y, desde ayer tengo muy mal sabor de boca. Se sabe y se entiende que la vida reparte estopa por todos los lados pero…a veces le coge cariño a algunas personas y se recrea en ellas hasta que cierran los ojos por última vez.

En esas estaba, rumiando mi mal humor, deseando una mañana más que a mi hijo le guste dormir hasta el punto de arrancarle al sueño un ratito más, cuando me he metido en la aplicación y he visto la pregunta.

Me he agachado para coger la cafetera de una taza y hacerme el café, y he recordado que ella es lo más antiguo que uso hoy día. También he recordado que me la regaló mi abuela que nos dejó hace casi ventiún años, y, al recordarla, y recordar su forma de ser, su risa, cómo se movía su barriga mientras se reía, sus ojos verde botella…se me ha ido pasando todo.

También conservo unas figuritas de un Jesús crucificado que ella tenía en su mesita de noche y al que les rezaba siempre antes de dormir. Le pregunté a mis tías si podía cogerlas cuando ella falleció y aún siguen conmigo. Fueron la última cosa que vio antes de, como dijo ella misma una vez a esta que les escribe, «de pasar del aquí al allí sin enterarme», y así fue. Falleció de un infarto mientras dormía, una muerte que firmo por tener yo misma, plácida total. Murió, además, en su cama, en su casa, con su hijo. Chica, se sabe que tenemos que irnos un día u otro,  pues qué puedo decir, que no siendo que no tenía 70 años, lo cual decía que era una mujer relativamente joven, superó a mi madre, a pesar de que no se cuidaba ni la cuarta parte,  se fue como deseaba irse y yo creo que eso es una bendición.

Otra cosa que conservo, más antiguo aún que todo eso y que me pongo a diario, es un anillo que me regaló y que era copia de otro que tenía de mi comunión y que acabó roto por una mala fortuna. Lo que tiene mezclar infancia con cosas caras. No aguantan el trajín infantil. El anillo contiene una perla muy pequeñita que ya se ha caído en dos ocasiones, que yo recuerde, por el uso. Aún así, no desisto y voy a la joyería a buscar un recambio, aunque la última vez, el joyero me dijo que poniendo un poquito más de oro, haría que la pieza aguantara un poco más sin romperse, y así ha sido. Me gusta cuidar los recuerdos, mimarlos.

No entiendo cómo es posible que, a pesar del tiempo transcurrido, de que, si cierro los ojos y me esfuerzo mucho ya no consigo recordar su voz, aún pueda echarla de menos. Me acuerdo de su número de teléfono, porque la llamaba a diario, recuerdo también la calidez de su cuerpo cuando me recostaba junto a ella, sus sabias palabras cuando le hablabas de algún problema con alguien, sus expresiones…Todo ha sobrevivido en un baúl mental que tenemos todos, y donde vamos guardando las cosas que no queremos olvidar mientras vamos perdiendo personas que  queremos muchísimo.

La vida es así. Hoy el día ha amanecido tristón y parecía prometer lluvia, pero es curioso, a medida que he ido escribiendo este texto, ha ido despejando y ya empiezan los primeros rayos de sol a dar en la ventana de mi balcón que miro mientras pienso que, como siempre, todo consiste en vivir y disfrutar antes de ser solo un recuerdo de una nieta que se ha metido a hacer algo que le encanta y que escribe sobre tí y de la huella que dejaste en ella los años que convivistéis las dos juntas.

Cuando mi madre ya estaba en el hospital, la nombró muchísimo y afirmó que estaba deseando reencontrarse con ella. Entonces me miró y me dijo que me daba permiso para llevarme toda la ropa suya que yo quisiera, que no me cortara ni un pelo y me llevara todo lo que me cupiera en la maleta. Le dije que no. Me parecía de una falta de respeto mayúscula. Una vez que se fue, en uno de los viajes que hice para arreglar el tema de la herencia, me fui con una maleta vacía que llené de ropa suya que contenía su olor. El marido no soportaba la idea de quitarla él, y ya se le había dado permiso a una amiga de mi madre para llevarse lo que quisiera y, donarlo o quedárselo. Dejé un montón de ropa que no iba a ponerme porque a mi madre le encantaba una lentejuela y un brillo más que a una hurraca, pero yo no soy persona a destacar, prefiero pasar más desapercibido. Tengo toda esa ropa y la cuido con mimo aunque sé que, como todo en la vida, tendrá una duración y un final. Pero mientras dura, ella seguirá un poquito aquí conmigo, cerquita de mí. Hasta que yo misma parta al encuentro de las dos.


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