Las vacaciones

Háblanos de las vacaciones que más te han marcado.

El año 2020 fue un año raro desde el comienzo. Donde yo trabajaba, inscribíamos las defunciones, y, comenzamos a ver que aumentaban como causa de fallecimiento, la neumonía bilateral. Tuvimos un caso de una persona joven y, fue tan llamativo, que se llegó a consultar a un médico forense de cómo era posible algo así. Luego llegó la realidad. Covid.

En esas estábamos cuando mi hija comenzó a levantarse cada mañana diciendo que no quería ir al colegio. Tan preocupados estábamos su padre y yo, que fuimos a hablar con su tutora que se quedó ojiplática ante lo que le decíamos. Ella creía que íbamos para preguntar si había en el colegio un protocolo covid. A los pocos días ya no le hizo falta decirme que no quería ir al colegio. Lo de quedarse en casa se convirtió en una obligación y, como le dije a ella una mañana, no le pidas a la vida nada que, a lo peor, te lo da.

Cuando se pudo viajar, enfundados en mascarillas, cargados con resultados de PCR, guardando las distancias y toda la pesca, recibimos la visita de mi madre. Se plantó directamente en su casa en el sur de la isla y fuimos a su encuentro. Recuerdo cuando abrió la puerta y nos recibió con aquella sonrisa enorme. Me dijo que si chocábamos el codo o algo así y la abracé directamente y como si no hubiera un mañana, bien fuerte, para recordarla entera.

Me dijo que su marido iría más adelante, cerca ya de la fecha de mi cumpleaños, y yo, mientras tanto, aproveché para hablar con ella a solas, reírnos, pasar revista de nuestras vidas juntas y por separado.

Un día me levanté con migraña y ella me puso en un paño, un paquete de guisantes congelados y me lo puso en el coco. Al cabo de un rato subió corriendo las escaleras para contarme feliz que iba a pasar el resto de las vacaciones sin su marido. A mi en ese instante se me pasó el dolor y me alegré de saber que, por una vez, después de tantos años, podría disfrutar de mi madre a tope. Sin interferencias, sin interrupciones.

Pasábamos mucho rato hablando en su terraza, oyendo a una chica cantar en un local muy cerca de su casa. Aplaudíamos incluso cuando terminaba porque cantaba fenomenal pero el local, igual que el sur de la isla, estaba prácticamente desierto.

Celebramos mi cumpleaños y, al poco se volvió a su casa. Le dije que se mirara el dolor que ya le atenazaba por aquel entonces, y que ya empezaba a ser preocupante. Me dijo que si. Le dije que la quería y que me alegraba de que las cosas entre las dos hubieran quedado totalmente aclaradas. Habíamos hecho balance y había ganado el amor que sentíamos la una por la otra.

Luego llegó la vuelta a la rutina, despacio. Primero el trabajo. Después los niños y el cole. Luego las terapias. Ni siquiera me importaba demasiado que rociaran todo de desinfectante cada vez que tocaba algo.

También comencé a hacer terapia yo. Noté que algo no iba en mi demasiado bien, pero nada era ni tan importante ni tan insalvable porque yo había pasado un mes entero con mi madre y eso me iba a acompañar el resto de mi vida como un perfume. Su perfume.


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