¿Cuál es la historia de tu alias?

Cuando tenía cinco años nació mi hermana. Era una niña preciosa a la que estaba deseando ver crecer porque quería poder jugar con ella.  Puso todo de su parte y, al empezar a hablar, como mi nombre nivel bebé es impronunciable, Sandra, pues ella me llamaba Tata. Era lo que sus dos orejitas y su cerebro captaban y así me decía.

Como por arte de magia, mis padres tomaron el apodo como suyo y me llamaban Tati o Tatita cosa que terminó abruptamente cuando todo saltó por los aires. Entonces mi hermana y mi madre dejaron de llamarme de ninguna manera, y mi padre transformó el Tati por «aminovuelvasamolestarme» de un plumazo. Es un poco duro cuando crees que, como es tu padre debe quererte, pero luego, cuando entiendes que no, es más fácil digerir esas palabras todas juntas. Sin respirar.

Mi abuela me llamaba Sandrita, que complementaba con un, niña bonita, que yo acompañaba siempre con una sonrisa y una mirada en la que siempre intenté que se notara mucho que la quería y que le agradecía profundamente el que hubiera decidido que yo estuviera con ella a pesar de lo que ella sufría de puertas para adentro. En la sentencia de divorcio, que creo tener aún por algún sitio, pone que «la hija mayor vivirá con su abuela y a su padre irá a visitarlo» Podrían haber completado la frase con un, hasta que él se aburra de la paternidad, que será cero coma dos segundos. Tan fuerte le dio, que fui el único nombre que tachó de su cartilla de la seguridad social, dejando a salvo el de mi madre y mi hermana, que, a esas alturas ya contaban con un seguro privado. No sé qué me hizo merecedora de tal honor, pero, aunque ponga tierra sobre mi persona, las cosas sucedieron de esa manera.

En fin, aunque tengo un nombre compuesto, utilizo el primero de ellos  en el curro y en cursos, siempre ha estado revoloteando a mi alrededor la frase y el recuerdo de mi abuela.

Cuando me pude reunir con mi madre y mi hermana, esta volvió a ponerme un mote, Sandruski. Me llamaba así y aún lo hace, a veces. Mi hermano creo que también. Es curioso, pero cuando me veo hablando con ellos, oigo risas, veo sonrisas, pero no recuerdo cómo me llaman. Tal vez Sandra o Sandrita. Pero sin el niña bonita, claro. Ahora soy una mujer madura que miro a la gente con otro color en la mirada. Más cínica quizás. Es lo que tiene digerir ciertas cosas a lo largo de tu vida.

Como el peso de la nostalgia es para mi como un perfume, aunque no considero que cualquier tiempo pasado sea mejor, lo de Sandruski se convirtió en mi «mote» oficial. Porque, aunque ya no mire al otro con la inocencia de mis primeros años, me gusta recordar y aferrarme a los que siempre me quisieron. A los que estuvieron ahí. A los que seguirán estando aun cuando yo deje de estar.


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