Cuéntanos una lección que te gustaría haber aprendido antes.

Hoy, si el texto me sale muy regulinchi, espero que, quien lo lea me sepa perdonar porque anoche tuve noche toledana con el peque. Mi hijo sufre de migrañas, y anoche tuvo un episodio, así que, hoy tengo los ojos abiertos pero estoy durmiéndome de pie.

Al grano, que me gusta enrollarme. Las lecciones de la vida, las peores de todas, claro está, porque uno solo aprende de lo malo, las aprendí de bien pequeña. Hasta los 23, en los que decidí que mejor si eso, me iba y dejaban de joderme. Yo no tuve nunca que convivir con la gente de la calle, nunca hice una amiga íntima, que sí tuve alguna con la que salía mucho, pero no era íntima porque también me hizo alguna jugarreta que le perdoné pero que sirvió para poner los límites en nuestra relación. Procuraba pasar desapercibida, pero, en muchas ocasiones, yo evitaba fuera lo que tenía dentro de las cuatro paredes de la casa donde vivía. Mi conocimiento del ser humano se circunscribe a esas experiencias, a esas lecciones no pedidas, a esos momentos de angustia, a mis traumas. Total, que, como digo, un día decidí irme, pero no a buscarme la vida, no a casarme, no, irme con Dios.

Estaba tan absolutamente confundida y perdida que, si no hubiera fallado, no hubiera tenido todas las experiencias que he tenido después de los 23, aunque, por supuesto, no haya sido un viaje de placer, pero un poco como todo el mundo, supongo. Con sus altos y sus bajos. Y la maternidad. No hubiera conseguido saber que se puede tener hijos y hacerlo bien, y esa es otra de las lecciones que me ha enseñado la vida.

Total, que todas estas vivencias me llevaron a terapia, y con ella, a confiar un poco en el ser humano. En general, la cosa no ha ido mal, hay gente por ahí maravillosa, incluso, detrás de un ordenador, pero también hay quienes te quitan el aliento cuando tratan de tomarte por tonta. No es por nada, pero cuando tienes más conchas que un galápago, que traten de venirte con cuentos chinos es hasta un poco gracioso. Pero solo un poco.

Cuando preparaba promoción interna, tuve a dos compañeras, una con una enfermedad crónica y otra con una discapacidad física, a las que animé y apoyé muchísimo por esto de que me decían que no iban a poder con el examen. He de decir que, ambas, son solteras y no tienen hijos, pero padecen enfermedades o discapacidades limitantes y eso me hizo casi, dejarles incluso mis apuntes. Pero no. Sobre todo cuando una de ellas me dijo que porqué había dejado el máster que estaba preparando, que ella no lo habría dejado. Entonces le contesté que yo, sobre todo, soy madre, y que nunca, jamás, en la vida, se me iba a olvidar eso como eje central de mi existir. Y me miró con una cara rara. Y a mi su expresión facial no me gustó. Y me dije, ¡cuidado!

El día del examen estuvimos las tres en el aula con 8 personas más. Solo teníamos que aprobar y aquello sería nuestro. Un cinco pelado. Me relajé. Podía sacarlo. Ellas andaban entre el, «voy a entregar el examen pasados los diez minutos obligatorios» y «jujú, jajá, que risa que voy a suspender».

Ninguna se levantó a los diez minutos y ninguna de las dos suspendió, de hecho, sacaron más nota que yo. Las dos. Cuando me dijeron sus resultados, las miré, a cada una por separado, y les dije que no soportaba ese tipo de tomadura de pelos. Que habían fingido necesitar ayuda cuando la que en realidad estaba jodida era yo misma que tengo que lidiar con mis hijos, sus terapias, la casa, marido…Que me habían escupido a la cara y que no se lo iba a consentir más. Hacerme eso era una falta de respeto. La verdad, me puse un poco Vito Corleone en el Padrino. No puedo evitar esas actitudes de mierda. Me gusta dejar bien claro que han perdido para siempre mi amistad, y decirlo tan nítido que no necesiten diccionarios. Soy así. Aunque esto último no me justifique.

Ahora estamos pendientes de qué vamos a elegir y si nos vamos de nuestros actuales trabajos o no. Yo ahora me estoy haciendo la muerta. No digo qué quiero que me ofrezcan para irme, ni si me voy o no o ninguna cosa. Como decía un compañero de mi marido «Al enemigo ni agua». Pues esa sería mi lección. No se le debe decir a todo el mundo qué quieres, qué anhelas, que, a lo peor, te lo quitan y lo toman para ellos.


9 respuestas a “LA LECCIÓN”

  1. Gracias por compartir una historia tan honesta y llena de aprendizajes. Es increíble cómo la vida nos enseña a través de nuestras experiencias más duras, y cómo, con el tiempo, aprendemos a ver con más claridad quiénes nos rodean y a poner los límites que necesitamos. Lo que mencionas sobre proteger nuestros anhelos y ser cautelosos con lo que compartimos me resuena profundamente.

    Por cierto, si te interesa explorar más sobre cómo lidiamos con estos conflictos internos, te invito a ver mi video sobre disonancia cognitiva. Es un tema que creo que puede complementarse muy bien con lo que has mencionado sobre las lecciones de la vida y cómo manejamos las situaciones que nos generan malestar. Te dejo el enlace: [https://youtu.be/BT65XxNHP8M](https://youtu.be/BT65XxNHP8M). ¡Espero que te aporte algo positivo!

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