Si un genio te concediera tres deseos, ¿qué pedirías?

Hace un montón de años, cuando por el mundo andaban cuatro gatos, había un chaval que vivía en una casa, con toda su familia, pasando más hambre que los perros de la calle.

Tenían tres habitaciones y una cocina minúscula. En una habitación, dormían sus padres, en la otra, sus tres hermanas, y en la última, él con sus dos hermanos. La casa sólo tenía una ventana y, cuando su madre preparaba la comida, la vivienda se llenaba de humo, y, las narices de todos, terminaban con la punta llena de hollín. Eran felices, porque al que nada tiene, solo le queda hacer feliz a quienes ama.

Un día, para engañar a su cabeza, y a su cuerpo de que tenía mucha hambre, salió a dar un paseo por los alrededores. Iba cabizbajo, triste. Mirando al suelo, se encontró con algo brillante a lo que dio una patada. Sin pensar. Luego, descubrió que el objeto podría ser valioso y se puso a frotarlo para ver si era de oro.

Para su enorme sorpresa, salió de allí un genio que le dio las gracias por haberlo liberado. Que estaba harto de vivir encogido en aquella lata, de no poder ver a otro ser vivo, de vivir, además, en la oscuridad. Le dijo que le iba a conceder tres deseos y que pensara muy bien cómo emplearlos.

El muchacho decidió que, para su familia se había acabado eso de pasar hambre y que ya no les faltaría dinero para gastarlo.

Luego pensó en sus vecinos, igual de pobres como ratas, y decidió que, porqué no, la suerte se extendiera a ellos.

El genio le dijo que solo le quedaba un deseo. Que lo meditara antes de decirlo. Abrió el joven un momento la boca para pedir el amor de una muchacha a la que hacía tiempo que amaba cuando se fijó en la mirada del genio. «Vaya!» Pensó. «No conozco a este genio de nada, y ya me importa el hecho de que él sea tan feliz como ha hecho a mi familia». Entonces le dijo al genio que deseaba que no volviera a aquel objeto dorado. Que él sabía de vivir en un sitio oscuro y minúsculo y que  no quería vivir sabiendo que, su felicidad iba a depender de la infelicidad de otro.

El genio sonrió al joven y le deseó toda la felicidad que merecía con las riquezas concedidas. Se giraba para marcharse cuando el joven lo paró. «A dónde irás ahora que eres libre?» Se quedó un rato pensando y contestó: «A ver mundo, a dormir viendo las estrellas, a conocer gente…» » Vale!» le dijo el chico, «pero qué te parece si vienes a mi casa sólo por esta noche? Así me explicas cómo acabaste ahi».

El genio asintió con la cabeza y, juntos se fueron hablando de mil cosas. No durmieron esa noche y, al día siguiente, salieron los dos de la casa del joven a vivir aventuras…y esa, amigos, ya es otra historia!


4 respuestas a “El genio”

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