He visto mi entrada del año pasado, y resulta que, por estas fechas, nos íbamos de viaje para ver a mis hermanos, cargar pilas, porque el final de curso es horrible y agotador, y porque el marido de mi madre cumplía en septiembre 90 años y digamos que me preparaba para verlo una última vez. No me equivoqué. Él no estaba, para nada, fastidiado, pero le pudo su batalla a la edad. Además, vendió su negocio unos días antes de fallecer, un negocio que había creado, trabajado, amado, hasta que tuvo que tomar esa decisión que debió pesar en su ánimo. Yo creo que se arrancó el corazón de cuajo y por eso no sobrevivió.

El viaje fue «tranquilo» porque no fuimos a ponernos en ninguna cola para ver nada. Lo nuestro era solo estar, disfrutar de mi familia, calma. La palabra tranquilo va entrecomillada porque, nada más pasar el control de seguridad, mi marido echa en falta su tablet. Vuelve para preguntar si la han visto y le dicen que no. Mi hija y yo le decimos que no recordamos verlo con la bolsa donde la guarda. Creemos que está en el coche. Me da el viaje con el asunto y, para asombro de nadie, a la vuelta se la encontró encima de las alfombrillas.

Luego fuimos a comer, y, a mitad de la comida pregunta por su riñonera poniéndose de pie de un salto. Lo miramos ojipláticos incluido un paisano que le dice que es imposible que se la hayan robado porque no se ha acercado sino la camarera para atendernos. Se va al apartamento de mi hermana a buscarla y vuelve con ella sonriendo. Le digo que con su tablet ha pasado lo mismo. Da igual. Me sigue dando la turra con su monotema.

Total, que en ese viaje, en ese instante, me di cuenta que, si ya el marido de mi madre era un anciano, aunque nunca ejerció de tal, nosotros entrábamos en la vejez. Él conoció a mi madre siendo yo adolescente y soltera, y en un parpadeo, estaba casada, con dos hijos, y pintando muchas canas. Miré a mi marido mientras cojeaba por el producto de su artrosis en la cadera y me pregunté dónde habían ido a parar todos los años desde que nos conocimos.

Recuerdo cuando empezamos. Lo cuadriculado que era para ciertas cosas, sus enfados por chorradas y qué  se yo. Ayer, que salimos a mirar cosas para la habitación del niño, nos cogió un colapso de tráfico producto, por lo que leí en la prensa, de un partido de baloncesto más un concierto multitudinario en un sitio donde debes ir pronto para buscar aparcamiento. Nos volvimos a casa y salimos a comer por la zona. Nos traen las cartas y veo que uno de los platos lleva queso de roquefort. Me encantan ESOS platos. Pero no los pido porque él odia el queso y su olor. Me decanto por otro.

Al cabo de un rato, me pregunta que porqué no elegí el otro y le contesto que no quiero que me de la comida. Me dice que le da mucha pena (mucha pena!!!!) que siempre sacrificase mis gustos por sus fobias. Que tenía perfecto derecho a pasar de sus majaderías y comer el plato con disfrute y sin pensar en él. Que ya estaba bien de que yo aguantara sus tonterías. Le sonreí y le prometí que no volvería a tomar una decisión de ese tipo pensando en qué pensaría él (válido también para cómo me visto, o el largo o corto de mi pelo). Luego me sonreí. «Parece que las cosas están cambiando» pensé. Y con ese pensamiento, miré a mi hijo y lo felicité por sus últimas notas. Porque él también está cambiando, porque algo en nuestra familia se mueve despacito hacia algún sitio. Uno bueno.

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4 respuestas a “Futuro”

  1. Leer esto ha sido como asomarse a una ventana llena de vida real, de esa que no necesita adornos para emocionar.
    Hay algo en la forma en que lo cuentas que lo vuelve todo tan cercano, tan humano. Las despedidas que intuimos, los objetos perdidos que nos sacuden más de lo que deberían, aunque no estuvieran perdidos, los silencios que nos hacen pensar en lo que fuimos y lo que somos ahora.
    Me ha encantado cómo conviven en tu relato la ternura y la conciencia del tiempo, esa sensación de estar pisando un terreno nuevo sin dejar de llevar a cuestas todo lo vivido.
    Qué importante es darse cuenta de esos pequeños gestos que nos dicen que aún estamos aprendiendo a querernos mejor, incluso después de tantos años.
    Gracias por compartir algo tan íntimo y tan lleno de sentido, Ana.
    Y sí, parece que las cosas están cambiando…
    y qué bonito que lo hagan así, despacito, hacia algo bueno.
    Un besito y feliz domingo, preciosa. 😘💝🌷

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    • Muchísimas gracias por tu comentario. Cuando leo lo que dices pienso que, tal vez, estoy en el buen camino de escribir. Escribir para mi es una necesidad más que un hobby, pero, si además se le añade tropezar con gente como tú, me da una de satisfacciones que no veas! Otro beso enorme para tí. Feliz domingo!! 🥰❤️🌈

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