Gabo y sus lecciones

Soy socia de la biblioteca municipal. Cuando fui me dijeron que lo era desde el año 2003 pero no me acordaba. He pasado tanto estrés estos 20 años que no soy capaz de acordarme. Qué hacía yo ese año? Por qué no me acuerdo si no era madre? Total, que la utilizo ahora mucho para leer libros online y probar con algún audiolibro. La cosa es que, de esta última forma, he tenido éxitos y fracasos que culpaba a mi falta de concentración (cosa que también achaco al estrés). Ayer me oí «memorias de mis putas tristes» de Gabriel García Márquez que no había pillado por ahí porque el título me echaba para atrás. A veces Gabo llevaba tener el carácter vital que tenía hasta límites insospechados y a mi no me apetecía leer cualquier coña sandunguera de las suyas. La cuestión es que, en una mañana, me lo oí del tirón. Como no daba crédito al final, me lo puse de nuevo saboreando lo que eran los últimos minutos del libro. Cuando terminó y me dijo que esperaba que hubiera disfrutado de esa lectura hecha por otro, rompí a llorar. El hecho de tener el protagonista 90 años, una gran vitalidad, el cómo se encara la muerte a esa edad…me hizo pensar en el tercer marido de mi madre. Y dicho así, el tercero, parece como si hubiese sido la medalla de bronce, cuando no fue así. Con mi madre compartió más años que con los dos primeros juntos y, bajo mi punto de vista, quitando que compartieron hijos, podrían no haber estado en su vida en absoluto. Eso sí, mi madre, y yo, aprendimos lecciones vitales con ellos que, de otra manera, hubiera sido imposible. Sin ninguna duda yo me las hubiera saltado. No las necesitaba. Ni conocer a ninguno de los dos. El tercero tampoco era un santo pero cuando llegó a nuestras vidas y abrió la boca para darnos órdenes como si fuéramos un empleado más, nos reímos como hienas. Él no daba crédito y nosotros tampoco. Tras muchos tira y encoge y años de negociaciones, llegamos al respeto y, tras él, al cariño.

Recuerdo que, cuando mi madre estaba ingresada, él, que no podía creer que la vida no fuera justa e hiciera lo que pensaba, esto es, morirse él primero, desde que ella le pedía algún deseo, salía corriendo a concedérselo y volvía con lo que le hiciera falta. Hablaban de lugares comunes hasta que a ella le daba por recordarle que no saldría viva de allí, y entonces se hacía un silencio. El día se volvía de color sepia y los tres tratábamos de ocultar lo duro que era saber que ya no estaría más. Le daba un beso de despedida y le decía que volvería al día siguiente. Hasta que, al día siguiente, ella ya no consiguió esperarlo más.

Por eso fue mi llanto. Porque los echo de menos un montón. La vitalidad de ambos, la psicología de él para con la gente más que para sus hijos, su sentido del humor y su risa seca como el campo de Castilla de donde salió. Su poca altura y su enorme carácter, de esos de los que te atropellan la vida misma si te descuidas. Su generosidad. El hacer cosas por nosotros que jamás pensaron en hacer nuestros progenitores. Por eso le lloro. Y por los 25 añazos que estuvieron y disfrutaron juntos. Ahora ya no hay risas por teléfono. Ya no oigo al llamar a nadie un: «Canarias a la vista!» Ya nadie me pregunta por los chicos ni me da jugosos chismes de ningún tipo con los que uno poder reírse. Si. Se acabaron las risas y una debe inventar otras. Para los míos. Para que aprendan. Para que luego puedan, cuando me vaya, hacer las suyas propias. Pero mientras tanto, aquí estoy. De pie. En medio de la nada. En un vacío que pocos llenan a ratos. Debo comenzar a caminar. A dar pasos. Porque la vida solo se vive una vez solamente. Eso me enseñaron ellos a mi. Y yo debo hacer saber que aprendí la lección. Completamente.

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5 respuestas a “Gabo y sus lecciones”

  1. Querida Ana… te leo y es como si tus palabras me abrazaran por dentro.
    Te entiendo más de lo que imaginas.
    Han pasado ocho años desde que perdí a mi madre y aún la sigo llamando a su móvil 🤷🏼‍♀️. A veces solo para oír el silencio al otro lado.
    Y pienso en mi padre cada día… Cuando algo se tuerce o me cuesta, le hablo en voz baja y le pregunto: ¿qué harías tú, Papá? Ya ves…
    No es fácil aprender a vivir con esa ausencia tan llena de recuerdos.
    Pero tú lo haces con una verdad y una ternura que me emocionan.
    Gracias por compartirlo.
    Aquí estoy, caminando también, a ratos contigo.
    Un abrazo y mucho ánimo.🥰🩷🌷

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