A falta de un día para venir a Avatar, he tenido que adelantar mi regreso porque ha muerto una prima de mi marido. Como siempre, se me llama a mí para que lo localice en un teléfono inexistente y se me exige que ponga todo de mi parte para tal acción, y mira, no. Se acabó. Teníamos pensado comer con mi hermana y ahora él se irá al entierro y yo, como siempre, me buscaré la vida en Avatar.

Al entrar a casa, después de un viaje de cerca de una hora en coche, he visto la casa como si hubiera estado habitada por alguien soltero y cochino (un minuto de silencio por los animalitos). Platos en el fregadero, basura sin tirar, platos en el salón, como si se hubiera comido allí y luego el guarro hubiera sido desintegrado, y la vivienda caliente por falta de ventilación. Lo de hacer el esfuerzo de que corra el aire por entre sus paredes está sobrevalorado. Mi hija fregó los cacharros y salimos corriendo al supermercado de la esquina para tener algo para la cena y el desayuno.

Cuando llegamos allí, y con las prisas, no me di cuenta de que andaban, a una hora y media del cierre, limpiando el pasillo de la panadería. Me llaman la atención y me vuelvo a buscar el embutido. Ya iba por otro pasillo y me dice que no pase. Le digo que no soy una golondrina y que si pretende que vuele para no pisar lo mojado. Sabe que tengo razón y nos deja pasar a un señor y a mi. Al volver, lo mismo. Que ha limpiado los dos pasillos y que debo, para coger el pan de molde, convertirme en una especie de Magneto, y, con la fuerza de mi mente y con mis brazos estirados atraer el cereal hasta mi. La miro y estoy por decirle que si me ve cara de gilipuertas. Me muerdo la lengua.

Luego me dirijo a la caja, me voy a poner en una, y me dice que vaya a la otra que ella tiene que seguir limpiando. Sé lo que es trabajar en caja. Lo hice muchos años! y tu primer pensamiento debe ser atender y sacar a la gente. Pero vuelvo a morderme la lengua y me muestro dócil. Coloco las cosas en la cinta y, oh! Vaya por Dios! Se me ha acabado el papel de ticket. Sale de la caja, y, con el cuajo de un caracol me dice que, cuando vuelva, me cobrará con la rapidez de una Flash femenina. Termina toda la parafernalia, que estuvo a punto de incluir un baile ritual vudú, y me pregunta, al terminar la compra que si quiero el ticket y le digo que si. Ojo cuidado ahora! Ella tapaba el total de la compra con su cuerpo, mi hija que es de Avatar y de reacción lenta, callada, y, cuando se gira, vemos que me ha cobrado con la tarjeta diez euros de más. Si no le pido el puto papel no me entero de la movida. Ni ella! Y ahí le dejo la propina de diez euros por tocarme el mondongo bien fuerte.

Salgo indignada del súper y me para un drogadicto (no me digan que tengo prejuicios porque lo es, lo sé y he visto a su camello) y me dice que si le doy para un bocadillo, le contesto que estoy por sentarme junto a él.  Mi hija se ríe. Yo no. Y me digo a mi misma que he vuelto a la realidad como quien cae de un boing 747. A lo bestia. Es lo que hay mi hija! Es lo que hay, oigo a mi madre por la derecha mientras me recupero del sofoco. Feliz día de tu santo mutti. Y de los abuelos!!

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2 respuestas a “Fin”

  1. ¡Ana! Lo primero, el 26 fue tu santo y se me pasó felicitarte… No estoy en mis mejores días y, la verdad, se me están colando hasta los aniversarios de mi sombra. Pero no quería dejar pasar más tiempo sin decirte: felicidades, querida, aunque sea con retraso y un poco despistada. 🌸💛🎂🎉
    Y ahora, madre mía… qué regreso a lo bestia.
    Entre entierros, cazas al hombre perdido, y aventuras al más puro estilo “misión imposible: supermercado”, es que me tienes entre la risa floja y la solidaridad absoluta.
    Lo del supermercado… ¿pero qué clase de entrenamiento ninja nos piden ahora? ¿Levitar sobre los suelos mojados? ¿Hacer control mental al pan de molde? ¡Por favor! ¡Y luego te piden paciencia! Tú ahí, con tu hija, sudando Avatar por los poros, y la otra con el temple de una tortuga con jet lag… y el descaro de dejarte el ticket como si fuera un accesorio opcional. Lo del «mondongo» aún me tiene llorando de la risa, aunque sé que tú lo viviste con ganas de pedir asilo político.
    Y ese final… con el indigente reconocido pidiéndote para un bocata y tú a punto de sentarte con él. Yo no sé si es tragedia griega, comedia costumbrista o las dos cosas juntas. Pero sí sé que tú vuelves a la realidad como quien cae de un boing 747… sin cinturón, y encima aterrizando con elegancia, como solo tú sabes.
    Y por cierto, lo que oyes por la derecha, esa voz con retranca que dice “es lo que hay, mi hija”, esa es tu madre. Que sigue ahí, sin duda, haciéndote guiños en medio del caos, dándote fuerza con su sabiduría de abuela curtida, y celebrando contigo tu santo, aunque te haya tocado soplar las velas entre basura sin tirar y Magnetos frustrados.
    Te mando un achuchón enorme y unas risas compartidas. Porque de verdad, solo tú puedes contar una odisea como esta y hacer que uno quiera estar ahí, sentándose a tu lado, aunque sea en el suelo mojado del pasillo del pan. ❤️🥰🌷

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    • Qué bonito lo que dices y cómo te agradezco tus felicitaciones, da igual si son con retraso o no. Eso nunca es importante! Ojalá una mano amiga en esos momentos en que quieres que la tierra te succione y te mande a la otra punta del mundo. Un beso enorme Yvonne y un abrazo apretado! ❤️❤️🫂

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