¿Cuándo fue la primera vez que te sentiste adulto de verdad (si es que te ha pasado)?
Es curiosa la pregunta, pero yo la cambiaría por un ¿alguna vez te has sentido niña? Y ya estaría contestada.
Viví mi infancia en un «ay!» percibiendo claramente que, mis padres, no tendrían mucho recorrido juntos. Es curioso eso porque, en este país, el divorcio no entró en vigor hasta el año 81. Mi madre se fue en el 83. Así que fueron un montón de años de esperar lo inevitable, de ver cómo ambos demolían lo que habían construido, hasta los cimientos y yo no hacía más que pensar en que, se puede no querer, pero no se debe faltar el respeto. Ella se lo faltaba a él, y él se alejaba de sus hijas como si contuvieran el foco de todos sus problemas. No era consciente de que el problema dormía a su lado cada noche. Cuando mi madre lo dejó, nos mató y enterró en un jardín mental de donde no hemos vuelto a salir. Ni siquiera cuando alguien, como para fastidiar, le pregunta que qué tal estamos, lo cual tiene muchos bemoles porque es que no tenemos contacto con él desde el año 2003. En el velatorio de mi abuela a quien ese señor llamó su suegra, se presentó a dar sus respetos a una mujer que, si hubiera podido se hubiera levantado y le habría torteado la cara. Si hubiera conocido la última conversación que tuve con ella! Si hubiera imaginado siquiera que «su suegra» me preguntó cómo no podía quererme si yo debía ser mirada con orgullo! Hablábamos de mí, claro, porque no estaba mi hermana presente! Ella llegó días después, destrozada por la muerte de su abuela, que decidió partir con una parca que se le apareció casi al amanecer, en forma de infarto, y del que no despertó. Siguió durmiendo. Soñando con su madre, una mujer adorable que vivió una vida durísima y que pasó con ella un montón de años hasta que marchó de su lado por las mismas causas por las que luego partiría su hija. El corazón. Ese que no cabía a ninguna de las dos en el pecho. Cansado de trabajar en casa, de aguantar maridos, de criar hijos, todo ello con situaciones que, de vez en cuando, las hizo salir en los periódicos. Ese era el nivel. Esa era nuestra vida. Y digo nuestra porque mis padres, en un alarde de, vamos a ser irresponsables y vamos a serlo mucho, tú por joven y yo porque me importan cero mis hijas, me llevaron a vivir con mi abuela a una casa que yo definiría como una casa de grillos y un camarote de los hermanos Marx todo junto y a la vez. Ahí sí que pude ser niña. Un rato. Jugando con mi tía pequeña y con mi hermana, que solía estar en todos lados, como un protón rubio lleno de energía. Entonces sí. Entonces fui niña. Hasta que todo saltó por los aires. Y entonces esa niña murió. No solo en la mente de mi padre, sino espiritualmente. Y comencé a dar pasos en la vida adulta. Sola. Sin ayuda.
2 respuestas a “La vida adulta”
Qué relato tan doloroso, Ana… hay en tus palabras una mezcla de ternura y desgarro que llega al alma.
Qué pena que tu padre se perdiera la oportunidad de ver a una hija como tú, sensible, fuerte y capaz de transformar tanto dolor en reflexión y belleza, además de criar a unos hijos prácticamente sola y con tu ánimo.
Te entiendo más de lo que imaginas. También soy hija de padres separados, pero en un tiempo anterior al que mencionas, cuando en España aún había dictadura y aquello se veía fatal, aunque ellos después sí se veían e incluso quedaban para comprar regalos de reyes para nosotros y después para nuestros hijos y venían a nuestras casas a comer, después cada uno se iba a su casa, claro.
Recuerdo bien lo que es hacerse mayor de golpe, sin estar preparada, y dejar atrás la niñez casi sin darse cuenta. En mi caso fue con doce años, aunque sospecho que en el fondo fue mucho antes, por ciertas circunstancias que también me obligaron a crecer demasiado pronto.
Por eso te leo con una mezcla de nostalgia y cercanía. Porque, aunque las historias cambien, esa sensación de pérdida prematura de la infancia es algo que une mucho más de lo que parece. Y tú la cuentas con una verdad tan serena que me conmueve.
Te mando mi cariño, aunque sea en forma de letras, pero créeme, te lo tengo, ojalá te conociera y pudiera darte un abrazo. 🥰🫂🌷
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Qué cosas tiene la vida! Conocer, a través de un blog, a alguien con vivencias similares a las mías, es un giro de guión hermoso y sorprendente. Créeme cuando te digo que también tienes mi cariño y mi admiración a partes iguales. Yo sólo puedo enviarte abrazos y cariños virtuales, pero sí, ojalá conocernos! ❤️🫂🥰
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