Me gustan las mañanas de los sábados porque, ahora que mi hijo se levanta sin hacer ruido ni despertarme, abro los ojos tranquilamente, mientras me pregunto dónde estará el enano. Me giro en la cama haciendo la croqueta y pongo mi pierna derecha en el suelo. Me levanto y arrastro mi esqueleto hasta el baño. Me lavo la cara, y puedo oír el televisor emitiendo una música machacona de forma muy bajita. «Ahí está» pienso, «dónde más sino viendo YouTube». Me asomo al salón y lo veo recostado en el salón con una sonrisa producto de la felicidad que da el hacer lo que te da la gana. No me devuelve la mirada, no se levanta, no me da los buenos días. Entro en la cocina y comienzo a recoger mientras enumero las tareas para hoy hasta el lunes porque yo, que soy una persona con ansiedad, caí en la cuenta de que tenemos un juicio enorme ese día y solo vamos a poder celebrar la mitad porque la tecnología no permitirá otra cosa. No había caído en la cuenta hasta anoche. Cuando dije eso de «a dormir» mi cerebro, como el del meme me dijo: «la parte codemandante estará en Fuerteventura y por lo tanto, si estás con una video conferencia, no podrás cortar para hacer la Webex con el resto de peritos» y entonces se me abrieron los ojos como platos. Igual que a la chica del dibujo y me costó coger el sueño. Tengo que hablar con mi compañera y con el juez desde que lleguen el lunes.

Vuelvo al hoy. Siento unos pies arrastrando un cuerpo grande por el pasillo. Mi aún marido asoma por el dintel de la cocina, que carece de puertas, y yo me quedo pensando en que, a más edad, menos necesidad de dormir como antes. Nos damos los buenos días y le ofrezco café porque sé que me dirá que no. Es hipertenso pero también un niño de casi 60 y, si no le hago el ofrecimiento, pondrá un gesto de esos que te indican que no le gusta que haga cosas sin contar con él, lo cual es tronchante porque es su modus vivendi. Me sonrío y sigo a lo mío. Ahora viene la crítica por usar margarina. Es trendin topic. Le explico porqué la uso y me pregunto porqué le explico. Debe ser la costumbre. Me siento frente a él a desayunar y me dice que no va a comer nada. Está enfermo desde hace diez días o más, producto de no cuidarse y marchar de acampada cuando se estaba recuperando. Lo dicho. Un niño de casi 60. Pero yo no soy su madre y, aunque lo fuera, a su edad ya debería saber un par de cosas de hacerse mayor.

Entonces viene el niño y me abraza y me besa como si no hiciera más de media hora que estoy de pie. Su padre, como se pone celoso, se va a nuestro cuarto. Allí se encuentra con la niña que lo rodea en un abrazo como cuando era peque. Me acuesto a su lado y, para rematar, el peque se coloca entre el padre y ella. Ya estamos los cuatro juntos. Ahora me llevan hasta Avatar y yo no puedo más que maravillarme por la belleza que contiene este planeta. Por lo bonita que es su gente. Lo relajante que puede ser a veces.

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5 respuestas a “La mañana”

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