Hoy es tu cumpleaños. 20 años son los que han pasado desde que, en el paritorio, decidiste que algo no iba bien. Que te habían puesto en otro nido, con otra madre. Arqueaste la espalda cuando te pusieron en mi pecho y yo noté tu rechazo. Después de tu susto llegó tu llanto desde aquella misma noche hasta que soplaste tu primera vela. Luego desconectaste y te fuiste a Avatar y dejaste tu cuerpo humano aquí mientras yo lloraba desesperada tu marcha. Tardé otro año en hacer ver a tu padre que algo no iba como debía y, en ese año, lloré tanto que le decía a los que me conocían que mi cara se había achatado por los Polos. Así de hinchada estaba. Me arrastraba por todos lados como una hoja seca. Mis amigas dicen que, a pesar de todo, me mantuve firme. Yo creo que también abandoné mi cuerpo y me fui a hacer gárgaras.
Luego llegaron los especialistas y sus diagnósticos erróneos porque eras muy lista o ellos muy tontos o la mezcla de ambas cosas. Hasta que llegó el neuropediatra y nos dijo que hablarías en un par de meses. Me aferré a ello y, un día, buscándote por casa, gritando tu nombre, te encuentro, te giras, me miras y me preguntas «¿qué?» Y ese «qué?» volvió ese día el más feliz de mi vida. Te cogí de la mano, y, poco a poco, conseguimos que volvieras, que hablaras, nos miraras, señalaras, soltaras el pañal…curramos todos como jabatos.
Luego vino la despedida de la guardería con casi 6 años. Tu última actuación consistió en bailar la canción de Beyoncé, Halo, con un tutú, un moño, tú que no te dejabas tocar la cabeza!, y una sonrisa preciosa. Tu profesora decidió ponerte delante, en el centro del grupo. Cuando terminó, a tu padre y a mi nos dolían las manos de aplaudir. Ví a la profesora y le di las gracias: ‘Ha sido increíble!» Le dije. «Tu hija es increíble» me contestó. Y supe que, por fin, habías decidido que yo, como madre, no lo estaba haciendo mal y avanzaste cogiéndome de la mano. Esa fue la última vez que lloré porque me ocupé de que fueras feliz todos y cada uno de tus días.
Luego han venido muchas cosas igual de satisfactorias. Pero lo mejor y más importante es que hoy día eres una diafrutona. Te gusta el planeta Tierra, aunque no quieras dejar Avatar. Amas a tu familia sobre todas las cosas, sobre todo ahora que sabes que la única que no es de ese planeta soy yo. Eso te ha dado seguridad. Ves a tu padre, lo que ha conseguido, y sabes que todo es posible, aunque a veces te asalten las dudas. Y sabes qué? Con eso has conseguido que tu hermano considere la posibilidad de pasar más tiempo contigo, aunque eso le suponga soltar lastre con vuestro planeta de origen. Él, que lo disfruta tanto, se ha mirado en ti.
Gracias a tu lucha, a tu constancia, a tu fuerza, he conseguido triunfos personales, por esto de que no me vieras tirar la toalla. Te quiero hija. Me alegro de que me eligieras como madre. Y, como le dije a tu hermano, no te quiero como la trucha al trucho, te quiero desde el centro mismo de mi ser. No lo olvides. No me olvides!